Teatro

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Las voces de Chernóbil llegan al Brossa

El teatro arranca el curso con una revisión del libro de la premio Nobel Svetlana Aleksiévich.

El montaje, dirigido por Joan Cusó, pone en escena los testimonios recogidos por la premio Nóbel Svetlana Aleksievich en el libro «Voces de Chernóbil». Foto: Óscar Bayona
El montaje, dirigido por Joan Cusó, pone en escena los testimonios recogidos por la premio Nóbel Svetlana Aleksievich en el libro «Voces de Chernóbil». Foto: Óscar Bayonalarazon

El teatro arranca el curso con una revisión del libro de la premio Nobel Svetlana Aleksiévich.

Cuando empezaron a sonar las sirenas, nadie entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. A pesar de que todo el pueblo vivía alrededor de la gran central nuclear de Chernóbil, nadie podía preveer lo que las siguientes horas significarían para sus vidas. Lo significarían todo, lo borrarían todo. Cuando volvió el silencio, el aire empezó a pesar y el tiempo pareció detenerse. Era imposible moverse. Cualquiera que estuvo allí en ese momento recordaría para siempre la persona que tenía cerca, la cara conmocionada que le miraba con el mismo horror que él sentía.

Las historias de aquellos fatídicos primeros momentos son estremecedoras. Irina, por ejemplo, era una niña casi, una joven de apenas 20 años que acababa de casarse con un atractivo y amable bombero. Vivían felices en un pequeño apartamento cerca de los padres de él, sin lujos, pero con un futuro que sentían tan cerca que se despertaban cada mañana con una tonta sonrisa. Ella estaba embarazada de seis meses, no era para menos. Él tenía miedo de no ser un buen padre, pero tenía el coraje y la convicción para ansiar que llegase el día de coger por primera vez a su niño en brazos.

Cuando el accidente se inició, fue uno de los primeros bomberos en acercarse a la central, por supuesto sin ningún tipo de protección ante la amenaza nuclear. Trabajó horas para apagar los diferentes fuegos, y cuando creía que ya había cumplido su trabajo, una comitiva del gobierno lo trasladó al instante a un hospital militar. Irina no entendía dónde estaba su marido, ni quién se lo había llevado. Su familia le decía que no se preocupase, que ellos darían con él, pero Irina no era de las que dejan que los demás resuelvan sus miedos.

Cuando sus suegros descubrieron que estaba en un hospital militar y que no podían ir a verlo porque estaba aislado por afectación nuclear, no quisieron decirla nada. Ella los sonsacó y a pesar de que le rogaron que no se moviese de casa, que estaba embarazada y no podía ir a verle, Irina no podía permitir no volver a ver al amor de su vida. Sabía de los riesgos, pero se coló en el hospital y simulando que no estaba embarazada, consiguió reunirse con él y traerle algo de comer.

Sólo fueron unos días, unos instantes robados, pero los suficientes para poder despedirse. Irina vio como su marido, en apenas una semana se transformaba en un cuerpo roto y hediondo, con el eco de sus gritos de dolor resonándole a todas horas en su cabeza. «Hablaré a tu hijo todos los días de ti», le dijo entre lágrimas aquella última noche en que la separaron para siempre de él. Murió tres días después.

Años después, su hijo, ya adulto, y con secuelas por culpa de la radiación que había sufrido en el embarazo, acompañaba a su madre a la tumba de aquel bombero que murió ocultado de los ojos de la opinión pública, una de esas historias que hubiesen desaparecido para siempre si no fuera por la escritora y periodista Svetlana Aleksievitz, premio Nobel que en «Voces de Chernóbil» reunió testimonios directos de aquel abominable accidente que presentó por primera vez al público los verdaderos peligros de la energía nuclear.

Ahora, más de 30 años después de aquel fatídico día, el Espai Brossa abre su nueva temporada con una versión escénica de aquel abrumador libro. Hoy se estrena «Veus de Txernòbil», una creación colectiva de la compañía Potcuia que se podrá ver hasta el 30 de septiembre. Dirigida por Joan Cusó, la pieza, de unos 60 minutos, pone en primer plano algunas de estas historias personales que sirven de eco de una tragedia que se intentó silenciar en un primer momento. Para ayudar a explicar estas historias, la obra se ayuda de títeres y objetos para realizar una especie de museo de la memoria y del horror.

El Espai Brossa arranca así una intensa temporada que incluirá una veintena de espectáculos, en un año marcado por la idea de «Revuelta» y por los diferentes actos de celebración del centenario del genial poeta visual. Tanto es así que el escenario principal del teatro pasará a llamarse Escenario Joan Brossa. El director artístico del espacio, Ferran Madico, aseguró ayer que la temporada se dividirá en tres ejes temáticos: «Tradició i Crítica», «Constel·lació Brossa’, y «Nous llenguatges i escenes híbrides». con la idea de «llevar a escena la convulsa realidad contemporánea», afirmó Madico.

Entre los montajes que se podrán ver está «Carola», una adaptación de Q-Ars Teatre a partir de la novela de Maria Aurèlia Capmany; también habrá una versión del shakespeariano «El somni de una nit d’estiu», por la compañía Els Pirates Teatre; o «Blanca desvelada», de la compañía Aleteo.