Toros

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Ferrera puntúa y De Justo ilusiona con una de Victorino para las emociones

Antonio corta un trofeo de un gran «Petrolero» y Emilio falla con la espada la faena de más intensidad de la tarde en la sexta de abono con una variada corrida de Victorino.

El diestro Emilio de Justo en la faena con el capote a su segundo toro, en la sexta corrida de abono de la Feria de Abril de Sevilla / Efe
El diestro Emilio de Justo en la faena con el capote a su segundo toro, en la sexta corrida de abono de la Feria de Abril de Sevilla / Efelarazon

Antonio corta un trofeo de un gran «Petrolero» y Emilio falla con la espada la faena de más intensidad de la tarde en la sexta de abono con una variada corrida de Victorino.

Ficha del festejo:

La Maestranza (Sevilla). Sexta de abono. Se lidiaron toros de Victorino Martín, correctos de presentación. 1º, complicado por el izquierdo, va y viene por el derecho; 2º, peligroso; 3º, emocionante, sin entrega y difícil; 4º, gran toro de profunda y larga embestida; 5º, bueno con la entrega justa; 6º, a más por el zurdo. Lleno en los tendidos.

Antonio Ferrera, , de carmín y oro, estocada (saludos); estocada caída (oreja).

Escribano, de gris y oro, pinchazo, estocada, aviso, dos descabellos (saludos); estocada (silencio).

Emilio de Justo, de negro y oro, dos pinchazos, estocada (saludos); estocada, descabello (saludos).

Emilio de Justo citaba al natural. De frente el tercer victorino de la tarde. Apenas pasaba de los 500 kilos rasos. Miedo habíamos pasado por cada uno de ellos. Una carga de dinamita tenía el animal por su exigencia. Qué manera de ir por ahí, por cada resquicio de la plaza, de exigir en el embroque. Cuando Emilio se puso el silencio en Sevilla era tan sepulcral que se escuchaba el corazón, propio y ajeno. Lo habíamos sufrido al unísono, como la emoción, como los olés, patrimonio de esa plaza llena. Cruzado había acudido el toro al capote en la brega, pero Emilio se limpió todos los prejuicios con un baño de valor y le hizo toda la faena con una verdad apabullante. Las dos paradas con las que comenzó el victorino fueron la clave. Las aguantó como un león el torero y fue el punto de partida para que crujiera el toreo justo después asomándose a la lentitud con la que iba el toro y para que este pasara después. Quilates su toreo. Al filo de la navaja siempre, sin un resquicio de duda el torero, se dio hasta el final, y su tauromaquia alcanzó cotas altísimas, como la pasión con la que se vivió. La espada debió entrar. Ninguna otra opción estaba a la altura del esfuerzo.

“Petrolero” fue una alegría para el cuerpo. Cuerpazo el suyo. Qué entipado el toro y qué encastado. Embestía el victorino con todo, hasta el final, tan profunda la arrancada, ese viaje entregado, humillado y en las antípodas de las liviandad. Tremendo. Lo enseñó Ferrera, en el tercio, qué pena, puñetero viento que no nos dejó ver a ese pedazo animal embestir renunciando a todas las querencias en los medios. En las dos o tres primeras tandas de derechazos le vimos viajar al más allá en la muleta del extremeño, la parte más potente de su labor; después el viento fue desmontando los argumentos y acabó desdibujándose el trasteo hasta conformarse con una oreja después de una estocada caída. Le faltó rotundidad a la obra para la emoción de las embestidas. Desasosiego intermitente es lo que habíamos vivimos con “Paquetillo” y Ferrera en el primero. Quitamos las intermitencias cuando cogió la muleta con la izquierda y nos quedamos a solas con el desasosiego. Por ahí el toro acortaba el viaje con más viveza, listo, mientras que por el derecho iba y venía con cierta claridad. Con estas coordenadas y sin volver la cara en ningún momento había trazado Antonio la faena.

Escribano debió de borrar los miedos inherentes a esta divisa de su cabeza y se fue a portagayola como si nada, como si todo, con la anchura, además, de la puerta de toriles de Sevilla. Un mundo de desesperación cabía ahí. Un frenazo de última hora y un capote certero. Muchas horas de vuelo tiene el sevillano. Más le hizo falta para deshacerse después de la correosa embestida del toro que acabó por convertirse en un cabrón desmedido, de los que no deja lugar a dudas. Un susto, un pitonazo, y un infierno para mandarlo a mejor vida, si es que la hay. A Romero, qué contradicciones, le había brindado Manuel la muerte del Victorino. Regresó a portagayola y tuvo que esperar tres mundos y medio hasta que salió el toro, que eso debe quitar años de vida. El esfuerzo fue perdiendo ímpetu cuando llegó al último tramo y el toro tuvo claridad hasta convertirse incluso en sosería, antes lo había hecho la faena.

Emilio de Justo se despedía con un sexto que iba y venía sin acabar de definirse. La definición la hizo a través de la fe, lo consintió y fue haciendo faena con naturales de bella factura. Iba el toreo. Y ese le tiene en las muñecas, en la cintura y metido en el corazón. Se fue como vino, pero dejó muletazos extraordinarios. Y la ilusión intacta.