Nochevieja

Campanadas: el arte de poner a punto un reloj de 155 años

Los tres relojeros de la puerta del Sol cumplen todos los años el mismo ritual antes de ir el 31 de diciembre a la torre del reloj: se comen un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor

Para acceder al reloj de la Puerta del Sol de Madrid hay que subir unas escaleras de caracol bastante angostas. Las mismas que, cada semana del año, sube Jesús López –o uno de sus compañeros, Pedro o Santi– para comprobar que todo esté en orden. Allí nos espera. Le encontramos atento a la maquinaria de ese reloj que, el próximo 31 de diciembre, será el foco de atención de todos los españoles, a la espera de las 12 campanadas que marcarán el inicio del nuevo año.

Por dentro, la impresionante y reluciente maquinaria parece transportarnos a otra época. De hecho, este reloj, con sus 155 años, ha sido testigo de muchos cambios a lo largo de la historia de España. Y esto es algo que Jesús parece apreciar muy bien. Es biznieto, nieto, hijo, sobrino y hermano de relojero. «Parece que, en mi familia, de ruedas y pasadores, algo sabemos», dice. «Posiblemente porque es una cosa que he vivido desde que nací, me gusta, disfruto de la profesión. Además, estar aquí es todo un privilegio», añade, sin quitar la vista de la maquinaria. Fue la relojería Losada la que, hace ya más de 20 años, ganó el concurso público para el mantenimiento del reloj de la Puerta del Sol. El mismo tiempo que Jesús, Pedro y Santi llevan sin comerse las uvas con su familia.

«Realmente es un trabajo de todo el año», apunta. «Cada semana venimos uno de los tres a poner a punto las pesas que lo hacen funcionar», explica. El día 31 de diciembre sí que están los tres para asegurarse de que todo salga perfecto. «Hay que dejar caer la bola, hay que estar pendientes de los segundos...», apunta. «Cuando eres consciente de que más de 40 millones de personas están pendientes de tu trabajo, no puedes hacer otra cosa sino tomártelo en serio», añade. De hecho, durante estas últimas semanas del año empiezan a asegurarse de que todo esté listo para esa noche. «Ahora mismo estamos comprobando que funcione bien todo lo que tiene que ver con el sonido, y colocando los micrófonos y los altavoces», explica Jesús. Y es que, aunque el reloj se escucha bien, cuando la plaza está tan llena como suele estar en Nochevieja, el sonido se pierde. «Tenemos una profesión en la que un milímetro es un mundo, y, cuando se cuidan tanto las cosas, es muy difícil que salga algo mal en una noche como la del 31 de diciembre», asegura.

Jesús y sus compañeros de la relojería han sido testigos de un capítulo muy importante de la historia de nuestro país. Y del mundo. Pero ellos, además, han podido observarlo bajo la perspectiva del tiempo. Apenas unos meses después de aquellas últimas campanadas de «normalidad», en diciembre de 2019, pudieron ver como las calles de Madrid y la Puerta del Sol se vaciaban. Pero, también, como paulatinamente han ido volviendo a llenarse de vida. «Son situaciones difíciles, pero que ocurren, y que vienen como vienen», afirma Jesús. De hecho, las últimas campanadas las dieron ante una plaza vacía. «Me pareció perfecto, porque no es un juego a lo que nos estamos enfrentando», continúa. «No había nadie y es una pena, pero lo que realmente es triste es el motivo que ha llevado a que la plaza estuviese vacía», añade. «Nosotros tres aquí, acostumbrados a escuchar tantas risas, tanta celebración... Fue algo triste, estábamos sobrecogidos. Pero es lo que tocaba», asevera. En cuanto a este año, espera que pueda haber gente, aunque no se llene la plaza como en otras ocasiones. «Y, por el bien de todos, no puede ser, pues otro año será», concluye.

Lo que sí tiene claro Jesús es lo mismo que no ha cambiado en todos estos años que no se ha comido las uvas con su familia: que cuando acaben las campanadas, brindará con sus compañeros por el nuevo año e irá a casa a continuar la celebración. «Los primeros años se salía un poco de lo normal el hecho de no poder estar en familia, pero ahora estamos completamente acostumbrados y para mí lo normal es venir aquí, con mis compañeros», explica. De hecho, tienen su propio ritual: «Quedamos a las nueve de la noche para comernos un bocadillo de calamares con una cerveza en la Plaza Mayor, y luego vamos la Puerta del Sol a eso de las once, porque a esa hora ya hay gente y podemos comprobar que se escucha todo bien». Por último, suben al reloj para asegurarse de que está todo a punto. Cuando todo acaba, se van a casa. «No es lo mismo la noche del 24 de diciembre que la del 31. En Nochevieja, a la una de la mañana, la noche está empezando, así que aún hay tiempo de celebrar», asegura.