Nueva etapa
Ayuso: el desierto, el espejo y las lágrimas de una presidenta
Desde que en agosto de 2021 planteara su deseo de liderar el partido al que se afilió hace 17 años, la jefa del Ejecutivo regional ha tenido que enfrentarse a toda clase de trampas y traiciones
El 31 de agosto del pasado año, en un encuentro informal con periodistas en la azotea del Círculo de Bellas Artes, Isabel Díaz Ayuso dejó entrever por primera vez su intención de ser candidata a la Presidencia del PP de Madrid. Parecía lógico para una dirigente política que había arrasado en las urnas tres meses antes: «Quiero llevar la ilusión del 4-M a mi partido». Ayer llegó a la meta.
Entremedias, ha tenido que transitar un desierto alfombrado de trampas, deslealtades y traiciones que nadie merece. A ningún otro presidente autonómico popular se le ha discutido ese deseo. Tampoco ninguno ha tenido que hacer frente a una campaña destinada a su destrucción personal y la de su familia. Quien le iba a decir a esta chamberilera a la que la prensa inglesa ha rebautizado como la «dama de hierro española» que los últimos granos de arena de ese desierto estaban en Ifema, justo allí donde al principio de la pandemia, su Gobierno levantó en tiempo récord un hospital de campaña y donde su figura comenzó a emerger.
Ayer, desde el pabellón 6 del recinto ferial, volvió a demostrar que lo suyo no son los paños calientes ni la corrección política. Ni con los rivales ni con los compañeros de partido. Esbozó con precisión cómo quiere que sea el PP de Madrid. Situó a los suyos ante el espejo de los errores del pasado. No quiere ni viejos de Nuevas Generaciones ni liderazgos insustituibles ni comitivas burbuja. No quiere saborear la decadencia ni los miedos ni los vacíos de poder ni las palabras vacías que no solucionan o aportan nada. Ni egos ni rencores.
Suele comentar la ya presidenta de los populares madrileños que, cuando fue designada candidata al Gobierno regional en enero de 2019, las encuestas amenazaban tormenta. Y se imaginó a ella misma echando el cierre a la sede de la calle Génova. Tres años después, ahora tiene las llaves de esa sede. Y al subirse al escenario ayer, entre lágrimas, quizá comenzó a ser consciente de que todo el dolor de estos meses no ha sido en balde.
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