Historia

El restaurante vasco de Madrid donde nació el “Cara al sol”

Entre chacolí y tortillas de bacalao, de la cabeza de un numeroso grupo de vascos, nació un himno que forma parte de la historia de España

Ambiente en el restaurante Or Kompon de Madrid, allá por los años 30 del pasado siglo XX
Ambiente en el restaurante Or Kompon de Madrid, allá por los años 30 del pasado siglo XXEfe

En la calle Miguel Moya de Madrid, cercana a la Gran Vía y la plaza de Callao, se encontraba el restaurante de comida vasca Or-Kompon. Un nombre que, más allá de una grafía cambiante (al menos en aquel momento) y poco reglada -también podría escribirse Hor Konpon-, podría traducirse algo así como “Allá tu” o “allá se las arregle”. Dejando el nombre a un lado, el protagonismo del lugar le viene por ser el espacio en el que nació -aseguran-, el famoso himno falangista “Cara al sol”. Una canción en la que, por lo demás, participaron numerosos vascos. Curiosamente, entre los siete autores de la letra figuraron el irunés Pedro Mourlane Michelena, el bilbaíno Jacinto Miquelarena y el también periodista Rafael Sánchez Mazas, criado en la capital vizcaína.

El compositor fue un guipuzcoano, Juan Tellería Arrizabalaga, quien no sólo ideó la melodía del ‘Cara al sol’ en su Cegama natal -o Zegama, como hoy aparece a la entrada del municipio-, sino que igualmente fue el creador de otros himnos para la División Azul. A tenor de todo ello, no resulta extraño descubrir que tanto la redacción final de la canción falangista por antonomasia, como su estreno “oficial”, tuvieron lugar en un lugar muy vinculado a la colonia vasca en Madrid: este reputado restaurante Or Kompon.

Por aquello de tocar todos los palos, o todas las sensibilidades políticas, cabe recordar que Madrid también fue origen, o estuvo en el origen de otra de las canciones con carga política de nuestro país: “El árbol de Guernica”. Una de las canciones emblema del nacionalismo vasco fue compuesta en la capital, también cerca de la Gran Vía -¡cómo no!-, pues era aquí donde residía su autor, José María Iparraguirre, allá por el año 1853. Un personaje este del bardo Iparraguirre, adorado y reverenciado por amplios sectores del nacionalismo vasco, que fue muchas cosas en la vida, reinventándose en innumerables ocasiones, hasta el fin de sus días.

Agustín de Foxá, escritor nada sospechoso para el régimen, recogería ese momento del nacimiento del “Cara al sol” en su libro “Madrid de corte a checa” y escribiría posteriormente, en 1940, un relato ampliado para Ediciones Españolas, con ilustraciones de Carlos Sáenz de Tejada, donde narraba la gestación del himno aquella noche del 3 de diciembre de 1935. En su narración nos describía el restaurante: «Era una especie de cueva con acuarelas de Guipúzcoa en los zócalos, carros de bueyes rojos con lana sobre la testuz, caseros de boina, frontones, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola». Tal vez la presencia en el grupo de los vascos Mourlane Michelena, Miquelarena o Sánchez Mazas, que se había criado en Bilbao, así como el maestro Tellería, influyó en la elección del local. Aquella noche solo se escribiría la letra del himno, la música había sido compuesta un año antes, como apuntamos, por Tellería, y llevaba por título “Amanecer en Cegama”, -o Zegama, ya saben-, localidad natal del músico, a la que se añadirían posteriormente las estrofas que nacerían aquella noche en el Or-Kompon.

Paulino Uzcudun, Indalecio Prieto o los escritores vascos afines a José Antonio Primo de Rivera eran asiduos a esta “cueva” de Or Kompon. Tal y como explicaba su maître en 1935 en una entrevista, la especialidad de la casa era el txangurro («ésta es la única casa de Madrid que sirve changurro», dijo) pero entre sus clientes también triunfaban los “txipirones”, la merluza en salsa verde, la sopa de pescado y las tostadas de crema. Allí se cantó aquel diciembre de 1935, por primera vez, entre humo de pitillos, «chacolí, sidra y bacalao» el himno de la Falange.

Estuvo abierto al menos hasta 1955, y durante la inmediata posguerra, fue uno de los pocos lugares de Madrid en los que se pudieron seguir degustando las míticas angulas de Aguinaga. Un entorno que marcó toda una época y puso, de alguna manera, fondo musical a aquella España.