Educación

El colegio madrileño que se adelantó a todos en el «cero pantallas»

Mientras la moda digital se imponía en las aulas, el CEIP Palacio Valdés levantó un fortín analógico: «Las pantallas nos entontecen. Lo ponen tan fácil que restan imaginación»

Varios alumnos en la biblioteca del Colegio público Palacio Valdés
Varios alumnos en la biblioteca del Colegio público Palacio ValdésRocío Ruiz

El CEIP Palacio Valdés, un colegio público de 250 alumnos en pleno triángulo del arte de Madrid, los alumnos salen a aprender matemáticas al Reina Sofía, dibujan y se instruyen en pintura en el Thyssen-Bornemisza, descubren la biología tocando hojas y observando insectos en el Botánico o disfrutan de las exposiciones del CaixaForum con solo andar unos pocos metros. Se ha convertido en un referente de lo analógico en tiempos digitales. No hay iPads ni ordenadores en las aulas. Manda el papel, el lápiz y el libro. Y es algo que no es de ahora. Así ha sido en los últimos 23 años en que Sonsoles Carles González ha estado al frente de la dirección del centro, que ha convertido en un fortín analógico frente a «la moda» de las pantallas de los últimos años defendiendo la lectura y la escritura a mano, frente al modelo educativo digital por el que han apostado otros centros.

Esta directora, hija y nieta de profesoras, siempre lo ha tenido claro antes de que la Comunidad de Madrid decidiera limitar el uso de pantallas en las aulas, como ha ocurrido este curso académico. «Las pantallas nos entontecen. Nos lo ponen todo tan fácil que acaban restando imaginación. Y si a los niños les das todo hecho, dejan de pensar por sí mismos». Esa convicción, nacida de la observación directa de niños que miraban el móvil y no se relacionaban entre sí, la llevó a apostar hace más de una década por un modelo de aulas sin pantallas.

«Veía a mis hijos y a otros chavales en la urbanización, todos sentados en un banco, cada uno con su móvil. Les preguntabas: “¿Qué hacéis?”. Y contestaban: “Estamos hablando entre nosotros”. Pero no se miraban, no jugaban, no se relacionaban».

Aquella reflexión fue lo que la hizo tomar una determinación: «Yo quiero para mis alumnos lo mismo que querría para mis hijos. Y no era eso». Así decidió que las pantallas no entrarían en este colegio con apenas recursos digitales individuales, donde las pantallas interactivas se usan solo como apoyo puntual y el aula informática se reserva para enseñar las competencias digitales básicas que exige la Ley de Educación vigente (Lomloe). «Pantallas cero», recalca, es sobre todo una filosofía. No se trata de negar la tecnología, sino de ponerla en su sitio. Como herramienta, no como sustituto del aprendizaje. Para los alumnos con necesidades educativas especiales, el centro sí emplea dispositivos adaptados, y a todos se les enseña un uso responsable en programas como DigiCraft o proyectos de robótica en el aula 4.0, «pero la base diaria sigue siendo lápiz, papel y conversación con el profesor», insiste.

La directora presume de que el suyo es un colegio de «zascandiles» en la medida en que sus alumnos no se quedan quietos entre cuatro paredes. «Salimos muchísimo. Vamos al Retiro, a museos...Hacemos cosas, experimentamos, investigamos...».

Cree que fomentar la imaginación y el contacto con la realidad es clave para tener ciudadanos creativos que puedan poner en marcha proyectos. «No es lo mismo leer sobre Cervantes en una pantalla que coger una enciclopedia, investigar en la biblioteca y luego visitar los lugares donde vivió. Lo manual y lo vivencial se recuerda mejor».

La apuesta de este centro ha tenido resultados, según su directora. El primero, en la atención: sin dispositivos, los niños escuchan más y se concentran mejor. El segundo, en la escritura: escribir a mano mejora la ortografía, la motricidad fina y la memoria. Y el tercero, en la convivencia: «Cuando no hay pantallas, los niños hablan más entre ellos, se ayudan, se miran a la cara. La clase es más cooperativa», dice con convencimiento mientras observa la luminosa biblioteca del centro que ella misma ha montado.

Recuerda que hubo un momento en que se replanteó el uso de pantallas. Entre otras cosas porque algunas familias miraban con recelo un colegio sin pantallas hasta el punto de descartarlo. «Nos decían que no éramos modernos. Hoy reconocen que sus hijos están más tranquilos, leen más y disfrutan del colegio», comenta satisfecha.

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, anunció hace unos meses su decisión de limitar las pantallas en los centros educativos, especialmente en edades más tempranas. Una medida que encendió el debate político pero que, en el Palacio Valdés, ya estaba resuelta desde hace tiempo. «Nosotros no lo hicimos por moda ni por política, sino porque lo veíamos cada día en los niños», insiste Sonsoles. Tiene aún más argumentos que sostienen su decisión y que aportan luz sobre el riesgo de las pantallas. Más allá de afectar a la atención, «generan frustración porque todo es inmediato. Si no les sale algo, se rinden. En cambio, cuando trabajan en papel aprenden a equivocarse, a tachar, a volver a intentarlo. Y eso desarrolla la mente». Lo mismo ocurre con la imaginación: «Los videojuegos y las aplicaciones lo dan todo hecho. Antes inventaban cuentos o jugaban a rescate en la calle. Ahora se limitan a seguir lo que ven en la pantalla. Aquí intentamos devolverles ese espacio para crear». Sonsoles Carles, a las puertas de la jubilación, dice que probablemente este sea su último año, tras toda una vida dedicada a la enseñanza pero, de lo que está orgullosa es de haber convertido su colegio en un oasis analógico.