Desde el primer acorde de “Fire in These Hills”, el público se entregó a un espectáculo imponente. La banda abrió con fuerza, encadenando éxitos como “Thunder”, “Bones” y “Enemy” sin dejar un solo respiro. La producción, compuesta por pantallas gigantes, columnas de fuego, confeti y pelotas de playa gigantes, convirtió el estadio en una experiencia casi de cine.

El carismático Dan Reynolds guió el concierto sin descanso: bailó, recorrió la pasarela y, en un gesto emocionante, bajó al foso para cantar “I Bet My Life”, momento que remató al recibir una camiseta de la selección española con el apodo que le puso su profesora de español: “Danielito”. El concierto equilibrió baladas como “Next to Me” y “Demons", que iluminaron el estadio en un mar de linternas y luces amarillas.

En un momento cargado de emoción, Reynolds compartió sus propias batallas con la salud mental: “La terapia no te hace débil, te hace fuerte” (recordó su depresión en la infancia y recordó la importancia de expresar lo que se siente, en vez de callarlo).

El desenlace fue a lo grande: “Believer” puso broche final con un estallido de fuego artificiales, contagiando euforia hasta el último rincón del estadio.