Restaurantes
Ponemos nota al Trocadero Commodore
El antiguo Commodore salta en el tiempo y vuelve a perseguir al mundo socialité: coctelería chisposa y reservados para reuniones
Parece que lo normal en un escritor gastronómico sería obviar los sitios multitudinarios, devotos de la moda, o cuya confesada pretensión sea la de que el público vaya a divertirse. Ciertamente proliferan garitos de mucho color, estupendas relaciones públicas y comensal guapo, lo sea o no, pero tenga la pinta. Los sureños Trocadero han abierto sede en la capital, y han elegido nada menos que aquel lugar donde ofició la simpar Mayte Commodore. Esa dama que tejía relaciones de políticos, de actores, lo que se conoce como «el todo Madrid», en un restaurante inefablemente burgués y con míticos platos como el solomillo al whisky, el batido de yemas de huevo con oporto, o el cocido montañés como homenaje a su origen.
En un salto del tiempo, en este madrileño Trocadero se persigue el mundo socialité. Mesas atestadas, coctelería chisposa, reservados para reuniones de negocios o francachelas, y mucho ritmo en el ambiente. Como ahora dicen los horteras, hasta aquí puedo leer. Bueno, hasta aquí debería escribir. Pero a los que me leen no voy a privarles de algunas impresiones que hablan del poco acierto en la cocina, aunque haya buenos propósitos de partida. De hecho llama la atención la extensa carta, que cuando se juega con numerosos comensales, puede ser una auténtica trampa o bendición para el hostelero. Uno admira desde siempre que haya mucha oferta y que se permita elegir según momentos, alegría de la tarjeta de crédito, o directamente las estaciones. Hay, dicho sea de paso, un restaurante admirable en Madrid que merece capítulo propio, precisamente por la amplitud y solidez de su larguísima carta, Los Montes de Galicia, de la calle Azcona.
La ejecutoria de toda esa nómina de bocados es un tanto decepcionante, y de hecho lo que sale servido por un batallón de camareros a los debería dirigirse con más tino, deja algún rastro de duda sobre las elaboraciones previas que son avivadas al momento. Es el caso de la croqueta, a la que de manera sorprendente se deja fuera de la misma al jamón como si estuviera de miranda. O las patatas bravas, fritas y salpicadas de salsa, y con un nostálgico recuerdo a Sergi Arola, con los laterales en este caso de mayonesa. También hay arroces para el gran público, y una oferta de nigiris de muy pintona descripción, incluso en la línea de lo japo-cañí que tanto se está aclimatando en Madrid, pero sin alcanzar excelencia: son bastante poco sustantivos el de huevo y chicharrón, o el de socarrat con gamba.
Mucho lío, ambientazo, pero a diferencia de otros sitios que están trabajando en esa ecuación de la fiesta y la gastronomía. No es el caso de un carabinero excesivamente braseado o un rape de igual manera hecho. Son cuñas que podrán ser compensadas con otras entradas del menú, pero son indicativas que toda esta sana alegría no tiene el soporte gastronómico que aquella misma reclama. Hay siempre la opción de dejarse llevar por la parte líquida, que sin ser descollante permite regocijos y tolerancias de la propia vida.
Lo cierto es que la gastronomía madrileña está a tanto nivel que hasta los gatos piden zapatos, y en la capital es difícil estar a la altura. Pero quizá en la cuestión de saber lo que quiere la gente a la hora de la diversión o amplio cachondeo, aún parece que podemos recibir alguna lección. No en vano, este Trocadero arde permanentemente en fiestas y hay que ponerse en lista de espera en estos santos días de salir. Trocar gastronomía por zarabanda siempre es una opción personal.
LAS NOTAS
COCINA 5
SALA 5
BODEGA 6
FELICIDAD 6,5
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