Movilidad

Selva de patinetes, trampa mortal en Madrid

En el origen de este caos a las puertas de los intercambiadores de la ciudad, la explosión el pasado mes de octubre de un patinete en el Metro

Patinetes en la entrada del Intercambiador de Moncloa
Patinetes en la entrada del Intercambiador de MoncloaPlatón

No se puede dar un paso. El bosque, o más bien la selva de patinetes tirados por el suelo, sin el menor cuidado, ha invadido Madrid. En concreto, y para ser más exactos, las calles cercanas a los intercambiadores de Metro, espacios en los que algunos, insolidarios e incívicos, dejan abandonados estos medios de transporte, la mayor parte de ellos alquilados, antes de coger el suburbano. Y esta «explosión» de insolidaridad ciudadana tiene explicación.

A finales del pasado mes de octubre, la Comunidad de Madrid acordó impedir, provisionalmente, el acceso de usuarios con patinetes eléctricos a la red de transporte público de la región para garantizar la seguridad de los viajeros. La decisión se adoptó en la reunión del Consejo de Administración del Consorcio Regional de Transportes (CRTM), después del incidente el pasado 17 de octubre, cuando explotó la batería de uno de estos dispositivos en el interior de un tren que se encontraba en la estación de La Elipa, en la Línea 2 de Metro. Un incidente que provocó cierto pánico pero que no causó daños personales.

Esta restricción, de carácter temporal, según se afirmó en aquel momento, hasta que se verifiquen completamente las condiciones de seguridad de este tipo de elementos en el transporte público, entró en vigor este pasado 4 de noviembre y se aplica, desde entonces, en los autobuses de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT) e interurbanos y urbanos en otros municipios, así como en las instalaciones y vehículos de Metro de Madrid y los cinco intercambiadores de Plaza de Castilla, Moncloa, Príncipe Pío, Plaza Elíptica y Avenida de América.

Así las cosas, la respuesta de estos ciudadanos incívicos, fue «soltar» el patinete y su responsabilidad, a la vez, y abandonarlas a su suerte, tiradas en el suelo sin el menor miramiento. Los que sí deberán mirar, y mucho, son los viandantes que no quieran acabar en el suelo tras tropezar con ellos. Una lamentable imagen que debe acabar más pronto que tarde. Con pedagogía... o multa.