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Zauberberg
En tiempos de pandemia, fortalecemos el hábito de la lectura. Y por aquello de que no sólo de economía (aunque sea verde o circular) vive el hombre, he buscado en mis lecturas de mocedades una cierta recuperación anímica, que me está proporcionando sensaciones muy gratas.
La cosa es que en el Liceo Francés de Madrid, cuando estudié el Bachillerato, nuestro profesor de Literatura, Miguel Álvarez, nos comentó varias veces a lo largo del curso, era el año 1947, que la mejor novela del siglo XX era «La montaña mágica» de Thomas Mann, «Der Zauberberg», en alemán. Tardé bastante en leer ese libro, porque durante años se me resistió en su parte inicial, en una edición que tengo de 1.060 páginas. que finalmente fin acabé leyendo, con especial fruición en los últimos días de lectura, y ya con la plena convicción de que «La montaña…» sigue siendo la mejor novela del siglo XX.
Hay en esa obra un momento crucial, cuando uno de los personajes, Naphta, llega al hospital de tuberculosis en Davos (donde actualmente se celebran las reuniones del Foro Económico Mundial), para visitar a su amigo Settembrini, otro de los grandes protagonistas. Un encuentro glorioso, apreciándose desde el principio la diferencia de los dos personajes marcadamente incisivos. Mientras Settembrini es un hombre animoso, locuaz, jovial y con cuatro o cinco calificativos más sobre su vasta humanidad, Naphta es casi todo lo contrario: reservado, sesudo, solemne, y más que tradicional ensus preferencias filosóficas.
En el primer encuentro con el personaje central de «La montaña…», Hans Castorp, plantea la posibilidad de una gran actitud ante el mundo. Y Naphta se pronuncia por un teorizante español del siglo XVII, Miguel de Molinos, creador de la filosofía del Quietismo, que hoy podemos relacionar con el nirvana de los budistas, como expresión de tranquilidad, serenidad, vida contemplativa, porque Dios lo ajustará todo.
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