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Medio Ambiente

El Observatorio James Webb

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Con un cierto espíritu ventajista, impropio de su alto cargo, el Presidente Biden de EE.UU. se adelantó a Canadá y la Unión Europea –los otros dos partícipes en el Observatorio James Webb–, al presentar las primeras fotografías en color conseguidas por el mayor telescopio construido hasta ahora, ubicado a un millón y medio de kilómetros del planeta Tierra. Así, hemos ampliado la zona de exploración astronómica de los humanos hasta su límite de 13.800 millones de años luz, que nos separan del momento del Big Bang.

En la astronomía de la antigüedad y la Edad Media el universo apenas sobrepasaba los planetas del Sistema Solar, cuya exploración inició de forma sensacional Galileo Galilei, al dar a conocer las lunas de Júpiter con su elemental telescopio recién llegado de Holanda: una primera señal de que la cosa era más que compleja, como pudo comprobarse ya unas décadas después, durante el viaje Magallanes/Elcano, cuando se divisó la denominada Nube de Andrómeda; calificada ulteriormente como primera galaxia conocida aparte de la propia Vía Láctea.

El observatorio Hubble, lanzado al espacio en 1990, supuso un salto prodigioso de acercamiento a galaxias muy antiguas. Pero una cosa es distinguir estrellas y planetas dentro de formaciones más amplias, y algo bien diferente plantearse que podamos alcanzar un día el estado magmático de los 300.000 primeros años de la existencia de las subpartículas atómicas, antes de la formación propiamente de los átomos para seguir después con las moléculas, etc.

El coste del nuevo Observatorio James Webb, de 9.000 millones de dólares es bien reducido, por comparación con lo mucho que nos va a dar de conocimiento de nuestro pasado y de nuestro futuro. ¡Olé la NASA, la ESA y los canadienses!