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Medio Ambiente

El viaducto

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Con la palabra viaducto, no voy a referirme para nada aloque a veces evocamos los madrileños como nuestro «puente de los suspiros». Donde iban a despedirse de la vida quienes dando un gran salto entrarían en el más allá para olvidarse del más acá. No soy tan agorero.

El viaducto a que me refiero es lo que algunos más hidrófilos prefieren llamar «el acueducto», el puente laboral de nueve días que todavía estamos pasando. Desde el viernes 2 hasta el lunes 12 de diciembre. Un lapso en el que casi se nos llega a olvidar en qué fecha estamos, y qué debemos hacer en cada día de una novena consecutiva, tan sonora como la de Ludwig Van que diría un melómano.

Todo depende de cómo se valore el tiempo de que uno dispone. Para algunos, el cronograma estaba claro, para situarse en Baqueira Beret y blanquearse pirenaicamente hablando; para otros la ubicación, el extremo peninsular, la «Marbella panacea».

El gran viaducto con sus nueve arcos se ha emparejado en la ocasión con el Mundial de C atar, del que nos hemos ido los españoles «con una mano delante y otra detrás», como vulgarmente se dice. O más poéticamente dicho para los más finos, con las ilusiones rotas en lo que iba a ser un batallar que no ha terminado precisamente como las célebres Navas de Tolosa de 1212.

Personalmente, entre el 2 y el 12, todavía por terminar, he tenido tiempo para ponerme al día en algún trabajo demorado, y también para no encontrar la novela que colmara mis expectativas de una lectura exigente.

Entre el «Tempus fugit» y el «Alea jacta est», todo transcurrió con esas dos lapidarias «romanorum». Y para dar por finalizado el célebre viaducto, una tercera sentencia para un míster: «Sic transit gloria mundi».