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El fracking de Trump inunda el mercado de crudo
La Agencia Internacional de la Energía pronostica exceso de petróleo y bajada de precios. Sin embargo, un barril barato pondría en peligro la supervivencia de estos controvertidos pozos que contaminan el agua y generan cada vez menos empleo

Vamos a «perforar, baby, perforar y a exportar la energía de Estados Unidos al mundo». El nuevo inquilino de la Casa Blanca Donald Trump nunca ha ocultado sus intenciones en materia de energía y no ha tardado ni unos días en tomar medidas para potenciar la producción de combustibles fósiles. Chris Wright, CEO de Liberty Energy, empresa dedicada a la técnica del fracking, ya figura como líder del departamento de Energía y en unas horas, el presidente, declaraba la emergencia climática para priorizar el petróleo y el gas. Esto se traduce en nuevos oleoductos como Keystone XL y Dakota Access; también abre la puerta a perforaciones en el Ártico (Alaska), y, por supuesto, deja vía libre al fracking, la controvertida técnica que ha llevado al país a pasar de importar energía a convertirse en uno de los principales productores de gas y petróleo del mundo –en 2024 se convertía en el primer país de origen del gas que importa España–.
La técnica se empezó a experimentar en 1940. «Era habitual en los yacimientos convencionales, cuando un pozo se deterioraba. El petróleo y el gas que fluye de la formación rocosa arrastra sólidos, arcillas, arena, etc. Hay momentos en que la pared del pozo se atasca, como cuando coges un colador y llega un momento que no cuela, se quedan los sólidos pegados a la pared y ya no producen. En ese momento hay que fracturarlos. El fracking es el ABC de la industria del petróleo. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre lo que se hace ahora y lo que se ha hecho históricamente? Antes se fracturaban yacimientos convencionales, en ellos el petróleo y el gas que nosotros explotamos se encontraba almacenado a mucha presión. Sin embargo, estos fósiles no se forman donde están almacenados, sino en rocas madres más profundas. Lo que se ha conseguido es explotar directamente la roca madre, donde hay mucho gas y petróleo que, se dice, no ha migrado. Hoy día se llega hasta esas rocas que están 2.000 o 3.000 metros de profundidad, se hace varios pozos en horizontal, se fractura y se extrae el petróleo», explica José Antonio Sáenz de Santamaría, geólogo y divulgador de minería.
Lo cierto es que la historia del fracking en EE UU es algo irregular desde que empezaran a aparecer proyectos masivamente la pasada década. Detrás de estos vaivenes está el precio del crudo o las decisiones geopolíticas internacionales. En los comienzos de la pandemia, a principios de 2020, el valor del petróleo se desplomó y con él, el número de plataformas dedicadas al fracking. Algunas empresas echaron el cierre y muchos analistas se preguntaron si la época dorada del fracking no había quedado atrás. Sin embargo, la guerra de Ucrania y la decisión de la UE de independizarse del gas ruso volvieron a reactivar la actividad. En 2023, EE UU exportaba una media de 4,1 millones de barriles diarios, o sea, un 13 por ciento más que el récord anterior establecido en 2022. «Ahora mismo, con el barril de crudo entre los 70 y 80 dólares, sale rentable el fracking. Incluso si baja, hasta por lo menos los 50 seguiría siendo rentable. La tecnología se va desarrollando y los gastos de producción son menores», afirma Ramón Rodríguez Pons-Esparver, subdirector de la ETS de Ingenieros de Minas y Energía de la Universidad Politécnica de Madrid.
Pero ¿qué pasa si el precio del crudo baja? Un poco antes de las elecciones, Bloomberg analizaba precisamente la posibilidad de que «las promesas de Trump se encuentren con un exceso mundial de crudo que, finalmente, terminaría moderando la producción récord de esquisto. Los analistas encuestados por la asesoría preveían ya entonces que EE UU. finalmente solo añadiría unos cuantos miles de barriles, «el ritmo más lento desde la caída por la pandemia. Hay pocas herramientas que Trump puede utilizar para cambiar esta situación. Abrir nuevas tierras federales a la exploración llevaría tiempo, y algunas de sus otras propuestas –como una guerra comercial con China– son vistas como bajistas para el petróleo», dice el medio.
La Agencia Internacional de la Energía también se ha pronunciado en la misma línea recientemente, advirtiendo de un excedente mundial de oferta de un millón de barriles al día con los nuevos barriles de Guyana, Brasil y Canadá, al menos en el primer trimestre y esperando nuevas decisiones de la OPEP. Parece que no está tan claro que esta actividad crezca tanto como Trump desea.
Problemas medioambientales
A esta técnica se le acusa de contaminar las aguas subterráneas y superficiales, de posibles escapes de gas o de aumentar de terremotos. Las denuncias y los estudios en contra del fracking vienen de largo. Un estudio de 2014 del servicio geológico estadounidense vinculaba un incremento del número de terremotos en los estados de Colorado y Nuevo México con la fractura hidráulica. El periódico New York Times denuncia en un reportaje de 2024 que las compañías además de perforar para sacar gas natural, están perforando para extraer cada vez más agua y a más profundidad: «El fracking ha consumido unos 5,679 millones de litros de agua desde 2011. Esa es la cantidad de agua del grifo que utiliza todo el estado de Texas en un año». «Nadie pensaría que en Estados Unidos la gente llevaría agua a las casas solo para poder ducharse», se puede leer, a su vez, en la web de France24; un habitante de Dimoc relata la situación que viven los vecinos de esta localidad del estado de Pennsylvania, uno de los grandes centros de voto republicano (donde se ha vuelto a favorecer la candidatura de Trump por las promesas de gasolina barata). «Las aguas superficiales y subterráneas que se utilizan para abastecer a las viviendas se han contaminado tanto con los productos químicos utilizados durante el proceso de fracturación hidráulica que los residentes han perdido el acceso a agua limpia», dice el medio.
Incluso a nivel laboral las ventajas tampoco parecen tales a tenor de varias publicaciones americanas que apuntan a que mientras las compañías están extrayendo más que nunca, generan un 25% menos de empleo que hace una década.
Hambrientos de energía
«Sin hidrocarburos no habría forma de producir las enormes cantidades de acero y cemento que sustentan nuestro mundo», decía recientemente el CEO de Liberty Energy para resaltar que incluso las turbinas eólicas, los paneles solares y las baterías están hechos de materiales para su fabricación que requieren enormes cantidades de energía térmica derivada de hidrocarburos». Estas declaraciones sirven para recordar, como apuntan los expertos consultados, que el consumo de energía y de combustibles fósiles siguen creciendo. El Informe del Energy Institute (organización profesional de ingenieros y otros profesionales del sector energético) publicado el pasado mes de junio afirma que el consumo mundial de energía primaria alcanzó un nuevo récord en 2023, con un aumento del 2% respecto al año anterior. «Pese a un año de extraordinario crecimiento de las energías renovables, el consumo de combustibles fósiles y las emisiones alcanzaron nuevos máximos. El mundo consumió más de 100 millones de barriles por día por primera vez. Aunque en Europa el consumo cayó y estuvo por debajo del 70% por primera vez desde la revolución industrial y en Estados Unidos también disminuyó ligeramente (80% de la energía primaria), en otras economías crece. Se acelera en la India y muchos países africanos, superando el crecimiento de las energías renovables. Por primera vez, el consumo de carbón en la India superó al de Norteamérica y Europa juntas... La proporción de combustibles fósiles en la combinación de energía primaria de China ha ido disminuyendo desde 2011, aunque el consumo absoluto sigue siendo elevado», dice el texto.
Para Santamaría está claro que «la humanidad va a ser incapaz de dejar el gas, el petróleo o el carbón. No quiero decir con esto que no haya que poner eólica y solar y todas estas cosas, que está muy bien, pero el problema que tenemos no es de transición energética, sino de adición energética. Cualquier tipo de energía que seamos capaces de poner encima de la mesa va a ser consumida. Cuando India, Brasil, Sudáfrica y otros países emergentes lleguen a tener nuestro nivel de vida consumirán lo mismo que nosotros, No se van a cambiar unas energías por otras, se usará toda la energía que se pueda producir, venga de donde venga. En la UE, con todo lo verdes que somos, consumimos 400 millones de toneladas de crudo el año pasado», dice. Gran parte de los países de la UE, como España prohíbe el fracking, pero importamos grandes cantidades de gas de EE UU proveniente de fracking, como en muchas ocasiones han denunciado los movimientos ecologistas.
Por su parte Pons-Esparver habla de la necesidad de un mix diversificado que asegure unos precios de la energía contenidos: «La energía no puede estar eternamente super cara, porque la industria se va allí donde es más barata. La transición no es un escalón, porque lo importante es el contexto de fondo. La demanda crece y hay que satisfacerla a un precio razonable. Por eso cada país, dependiendo de lo que pueda aprovechar y de la dependencia energética que quiera tener de terceros países, tendrá un mix con más participación de unas energías u otras, fósiles o renovables. Nos han trasmitido la transición como si fuera un escalón, un cambio pero no hay que llevarse a engaño. España a pesar de la participación de las renovables en el mix, sigue consumiendo un millón de barriles al día», concluye Pons.
Una agenda de desregulación medioambiental
La agenda del presidente en materia medioambiental tiene soliviantados a movimientos civiles como Earthjustice, brazo legal del movimiento ambientalista, como ellos mismos se definen, afirman que de las 900 páginas del proyecto 2025 presentado antes de las elecciones, 150 están dedicadas a desmantelar las regulaciones que protegen el medio ambiente. Desmantelar la Ley de Especies en Peligro de Extinción supone la eliminación de las protecciones para los lobos grises y los osos pardos de Yellowstone; debilitar la Ley de Aire Limpio supone eliminar la parte de la ley que requiere que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) establezca estándares de calidad del aire basados en la salud. Además, Trump quiere acabar con las inversiones en energía limpia que recogía la Ley de Reducción de la Inflación, la misma que afecta a los coches eléctricos que produce el amigo del presidente Elon Musk (al que promete «compensar» con más inversiones para su misión a Marte.
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