Opinión

Sandinista

Aún recuerdo al principio de los ochenta la emocionante portada de «Combat Rock», un trabajo musical del grupo The Clash, en la cual se fotografiaban con sus pintas callejeras en medio de la jungla nicaragüense donde la revolución sandinista reinaba después de terminarse la dictadura de Somoza. Su estética punk, estilizada y dinámica, parecía anunciar un mundo nuevo, liberado y más justo. La mezclaban con un discurso musical enérgico y lleno de vida, que a los jóvenes inquietos nos animaba y seducía.

Por eso, es más triste hoy que nunca ver en lo que se han convertido con el tiempo Ortega, los sandinistas y aquella sociedad que profetizaban administrar mejor. Han sido presa de arbitrariedades y discursos fantasiosos que niegan la realidad necesaria de la vida humana. No hay nada tan lamentable cómo comprobar el fracaso de nuestras buenas intenciones de juventud. Sin embargo, es al menos satisfactorio constatar cómo, desde otros frentes, ya más asentados y realistas, no se renuncia a seguir reivindicando la crítica frente a la injusticia y las leyes administrativas insensatas. Es así como veo la entrega del Premio Cervantes a Sergio Ramírez.

Puede que ya no luzcamos aquellos prometedores y relucientes peinados de luminosa brillantina de los ochenta, pero la lucha lenta y sensata por un mundo mejor y más justo prosigue. Por otros canales y modos, quizá; pero con la labor de toda una generación que tiene unos medios diferentes a su alcance. De jóvenes, vemos como está organizado el mundo que nos rodea y muchas veces lo que vemos no nos gusta. Con la impaciencia propia del bisoño, aspiramos a que lo que nos disgusta cambie rápidamente.

El problema es que no tenemos paciencia para escuchar detenidamente a los sensatos. Equivocadamente, nos parecen monótonos. La tranquilidad, lo mesurado de la palabra de Sergio Ramírez es un ejemplo de lo que digo. La juventud de aquí, en mi época, queríamos dinámico sandinismo y hemos visto como las prisas nos daban al fin triste y populista sardanismo. Es una buena lección para proseguir el camino: dejar que sea la paciencia de los tranquilos sensatos quien guíe nuestras decisiones y no la impaciencia e insensatez de los santones visionarios.