Opinión

El «shibolet» de cada tiempo

El «shibolet» es un modo de pronunciar ciertas palabras según la pertenencia a un grupo, y esta palabra, que significa «espiga» viene de que en el libro de los «Jueces» se habla de que Jefté, un jefe militar de Israel, reunió a sus hombres de Galaad y atacó a los de Efraim, situándose luego en los valles del Jordán y, cuando los fugitivos de Efraim decían: ¡Déjame pasar!, les preguntaban los galaaditas: «¿Eres efrateo?», y contestaba: No. Entonces le decían: «Di, pues, shíbbolet, mas él pronunciaba sibbolet, pues no acertaba a pronunciarlo correctamente, entonces le prendían y le degollaban».

Y este uso de «shibbolets» se han repetido en todo el mundo, y recordemos, por ejemplo entre los cristianos españoles en relación con los mudéjares o moriscos, porque si alguno de ellos negaba su condición, se le invitaba a decir «cebolla» y el pobre morisco sólo acertaba a decir «seboya» o «xibolia». Y, todavía, el sátrapa dominicano, general Trujllo, ordenó masacrar a los haitianos o descendientes de éstos que hubiera en Santo Domingo haciéndoles pronunciar, para su identificación, la palabra «perejil», que los haitianos, acostumbrados al francés, pronunciaban «peguejil» más o menos.

Cuando se sospechaba, en la España de finales del XV, que alguien podía ser judío, se atendía a si se mudaba de camisa en viernes y no encendía fuego el sábado o no comía tocino y resultaba sospechoso de islamismo si amaba los pozos y las huertas, era vendedor ambulante, también era de cocina de aceite y hablaba «en algarabía», que el cristiano viejo no entendía. Pero también se sospechaba que era judío si mostraba una cierta educación intelectual porque «ni judío lerdo ni liebre perezosa», o interés religioso, exactamente como en una democracia popular se deducía la condición de burgués explotador de esas señales, y como en los años de la guerra fría en USA si se exhibía una cierta preocupación social y un cierto lenguaje que estaba codificado, se podía ser señalado como simpatizante comunista.

En nuestra cultura social, que es una cultura manufacturada por poderosos grupos ideológicos minoritarios, y además subvencionada y expandida a nuestra cuenta, el «shibbolet» es asunto muy distinto y sumamente complejo, porque el amigo y el enemigo se nos imponen, exactamente como el pensamiento y el lenguaje, y entonces, necesariamente, también se nos imponen los «shibbolets» correspondientes, y no se sabe, sin más y por las buenas, cuáles son, y cuándo nos van a costar un disgusto; y no son una sola o unas cuantas palabras, sino que es todo un vivir y desde luego todo un habla y hasta un pensar sobre una parte o la realidad entera.

Aunque no hay por qué extrañarse. Desde siempre se ha sabido que es mejor estar a bien con quien manda y está arriba, y que es como el dueño y director del retablillo de Maese Pedro que cobraba a las gentes por ver lo que él decía que había que ver en una sábana blanca puesta en la pared. Y se supone que los dueños de los retablillos de ayer y de hoy siempre tienen razón o como si la tuvieran, de manera que nosotros, los simios inferiores, tenemos que ser correctos y aceptar lo que nos digan, por la sencilla razón que de que el poder cultural de ahora mismo «se caracteriza –explica Epstein a propósito de la industria literaria y política que suelen ser lo mismo– por la creación de la hiperrealidad con la ayuda de las redes de comunicación e informática que convierten una imagen, un signo, una idea en algo más evidente, obvio y real» que lo real.

Y si se tiene poder y dinero, ya solamente tienen que decirnos el «shibolet», y a lo mejor nos muestran un tomate pero lo correcto es decir «cebolla» porque ésta para el «shibbolet» es masculina, y es lo que hay que decir. De manera que lo más aconsejable es aprenderse el «shibbolet» y lo que hay que ver en la sábana blanca.