Opinión

2019 tiene que ser el año de la inclusión

Detrás de cada Día Internacional hay un reto sin resolver. Hoy, 21 de marzo, la plena inclusión de las personas con síndrome de Down es el asunto pendiente. Creo que la sensibilización hay que trabajarla todo el año, pero estas efemérides nos brindan un buen marco para llamar la atención, tener un poco más de voz y también más oídos dispuestos a escucharnos.

Este año cumplo 45. Una cifra rotunda, redonda, desde la que miro hacia atrás con la serenidad adquirida en el tiempo y en la madurez. Me doy cuenta del mucho camino recorrido: cuando era un niño, asistí al nacimiento de la primera ley que ampara los derechos de las personas con discapacidad. Desde entonces, vi cómo proliferaban las entidades sociales que nos daban voz y un buen día, aún sigo sin creerlo, me convertí en el primer diplomado europeo con síndrome de Down. A partir de ese momento, muchos medios de comunicación comenzaron a mirarnos de una forma diferente.

Sin

embargo, también soy consciente del inmenso trabajo por delante. Las personas

con síndrome de Down, y con discapacidad intelectual en general, estamos especialmente expuestas al

prejuicio, a la indiferencia, al desconocimiento y a la conmiseración. Todo

ello lleva, en el mejor de los casos, al paternalismo y a la sobreprotección,

mientras que en el peor escenario conduce a la discriminación más directa.

No

nos engañemos: la normalización sigue siendo una utopía. La presencia de la

discapacidad intelectual en el plano social aún se ve cuestionada y, en el

ámbito profesional, es prácticamente invisible. Desde hace casi 10 años trabajo

por cambiar esta realidad. Como consultor de Diversidad de la Fundación Adecco,

mi misión es transformar la mentalidad de las empresas para que conozcan el

verdadero significado del talento, allanando el camino para que las personas

con discapacidad tengamos más oportunidades en las empresas ordinarias. Durante

este tiempo he conocido a personas estupendas y con verdadera voluntad de cambio,

pero en muchos casos, la plena inclusión

de las personas con discapacidad se queda en el limbo de las buenas

intenciones.

Estamos

a punto de comenzar la tercera década del tercer milenio. Creo que ha llegado

el momento de tangibilizar voluntades, de dar un salto cualitativo. La

presencia de la discapacidad en las empresas no puede ser exigua ni enmarcarse

en lo filantrópico. No dejaré de trabajar para conseguirlo, de la mano de las

empresas. Pero también es necesario estar cerca de las personas y sus familias,

dotándoles de herramientas para reforzar su autonomía e independencia.  Precisamente este año he cumplido el sueño de

impulsar una guía, en lectura fácil, para acompañar a las personas con

discapacidad intelectual en su búsqueda de trabajo. Espero, de corazón, que

resulte útil para que encuentren una oportunidad laboral y que promueva nuestra

presencia en las empresas; una presencia muy necesaria si queremos

considerarnos una sociedad inclusiva, a la altura de las circunstancias y

sostenible en el tiempo. Pues, ¿no es el empleo el principal factor de

inclusión?

Eso sí, esta no ha de ser mi lucha, ni la del tejido asociativo, sino la de todas las personas. Por eso quiero  hacer un llamamiento a poderes públicos, empresas y sociedad civil para que 2019 sea el año de la inclusión social y laboral, el punto de inflexión en el que erradiquemos, de una vez por todas, la discriminación, los prejuicios y la indiferencia, dando paso a la normalización.

¿Te unes?