Opinión

Gladiador

Ha vuelto el gladiador. Mucho más gordo, eso sí. Tres meses cambiando pañales no dan para crear musculámen. Tampoco se puede calificar su retorno de apotéosico. Reunió a cinco mil personas en la plaza del museo Reina Sofía de Madrid, que es plaza céntrica. El portaaviones «Rey Juan Carlos I» en Guecho –a ver si nos dejamos de cursilerías en la Razón con «Getxo»–, vetado por el PSOE, el PNV, Podemos y Bildu, fue visitado por 20.000 ciudadanos orgullosos de su Armada en un solo día. Hasta siete horas de cola para llegar al buque-insignia de la Armada. Los cinco mil podemitas que recibieron en loor de poquita multitud al gladiador no hicieron cola y para colmo les dieron un bocadillo. El gladiador fue recibido con vítores y alabanzas. En lugar de provenir de cambiar pañales parecía que retornaba de una cruenta batalla perdida, como la de las Navas de Tolosa, porque el gladiador estaba del lado de la morería. No obstante, el gladiador, se propuso para gobernar España en colaboración con Sánchez en un nuevo ministerio, sin ninguna Bandera de España a su alrededor. «Ministerio de Pañales y Dodotis», que ya es hora de que los padres que se recuperan de los partos de sus mujeres tengan el ministerio que los represente y defienda sus derechos, faltaría más.

Me afectó su anuncio físico de futura obesidad. Se lo digo por experiencia. Yo era un pincel, un álamo, un ciprés de cintura cimbreada, y un día, no se sabe el motivo, principié la senda hacia la gordura. Se recuerda la anécdota del hermano de Franco, Nicolás, cuando era embajador de España en Portugal. Fue fotografiado en una playa acompañado de un grupo de jóvenes biquineras, feliz entre ellas. Y un ministro del Gobierno lo consideró intolerable. Llevó la fotografía a un Consejo de Ministros y se la mostró al general Franco, que la analizó con disgusto. –«Efectivamente ez ezcandaloza. Y muy preocupante. Nicolaz eztá gordízimo, se ha puezto tremendo y le puede dar en cualquier momento un patatuz».

No me pierdo en comentar los mensajes, las promesas, las disculpas y las palabras de Iglesias ante la poquita multitud que lo recibió para celebrar su ansiado retorno. Exceptuando su obsesión por pisar moqueta monclovina, nada cabe destacar de sus manifestaciones. Ahí está su gran problema. Lo ha perdido casi todo y nadie toma en serio lo que dice. Pero con aspecto de mal alimentado, conllevaba junto a la coleta un aura de beatitud revolucionaria. Hoy, sus mofletes se muestran en pleamar, muy propios por su lustre de haber ingerido en demasía salchichas alemanas. La salchicha alemana abrillanta la piel si bien, por alemana que sea, carece de capacidad para camuflar el abultamiento burgués de sus papos.

La vuelta del gladiador no ha sido, en efecto, apotéosica ni multitudinaría. Para triunfar en la política con la gordura a rastras hay que tener talento, gracia, preparación y consistencia. Churchill, es el ejemplo que surge a distancia de los demás. Pero el gladiador no tiene talento, ni gracia, ni preparación ni consistencia, y en trance de obesidad irremediable pierde votos por un tubo. Más que por sus majaderías, que la vida es muy injusta y el votante, aún más.

Ruégole, por tanto, al gladiador, que evite durante las campañas electorales que se avecinan, las salchichas alemanas y muy especialmente el «Rügenwalder Teewurst Fein», el paté de cerdo fino y ahumado de calidad garantizada por el «Institut Fresenius». Una delicia para todo aquel que no opte a escaño ni a cartera ministerial en el futuro.

Por otra parte, no ayuda al entusiasmo electoral el gladiador que vuelve después de tres meses de cambiar pañales y habiendo dejado embarazada a su dama de una inocente y segura preciosa niña. Votar a quien se va a pasar otro trimestre cambiando pañales y tocándose la malanga no es acción democrática cercana a la seriedad.

En fin, que ha vuelto el gladiador, más gordo y lustroso, más curiosín, y celebro su retorno.