Opinión
"Las etiquetas oprimen, pero el lenguaje dictamina"
Nací en los años 70 en una sociedad que no entendía de diversidad, donde lo diferente asustaba más que ahora y se miraba por encima del hombro, con condescendencia y desprecio, a todo aquel que se saliera de la norma. Entonces, la sociedad nos etiquetaba a todas las personas con discapacidad intelectual como “subnormales”, aunque pronto se cambió por “minusválidos”.
La verdad es que yo nunca me sentí menos válido que el resto; por suerte, nunca entendí de etiquetas. Mi familia siempre me trato como uno más, igual de válido que mis hermanos, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. De hecho, hasta que no tuve 7 años no oí hablar del síndrome de Down. Fue Miguel López Melero, profesor y fundador del Proyecto Roma en el que participaba, quien me dijo por primera vez que tenía síndrome de Down. En ese momento, lo único que me importaba era poder seguir yendo a la escuela, nada me hacía más feliz. Miguel me dijo que por eso no había problema y no volví a preocuparme de cómo me vieran los demás.
Sin embargo, estos casi 45 años de vida me han servido para darme cuenta de la importancia del lenguaje. Para muchos será un simple cambio de términos: “inválidos”, “anormales”, “subnormales”, “minusválidos”, “discapacitados”, “personas con discapacidad”; para mí, es mucho más. Son grandes victorias en esta lucha que es mi vida. Las etiquetas oprimen, pero el lenguaje dictamina.
Por fin hemos logrado anteponer la palabra “persona” a “discapacidad” y eso, para mí, ha sido un gran logro. Al final la discapacidad no deja de ser una de las muchas características que tenemos y no por ello debe definirnos; ante todo, somos personas.
¿Importan las palabras? Muchísimo.
Como maestro y amante de las letras, siempre he creído en el poder de las palabras y su influencia en nuestra manera de percibir y relacionarnos con las personas, los problemas y las vivencias de los mismos. El nombre que le damos a las cosas determina nuestra percepción, sobre todo a la hora de definir aspectos sociales y abordar igualdades y desigualdades. Ya lo decía el filósofo francés Albert Camus y es que «nombrar mal las cosas aumenta las desgracias del mundo». Por ello, tratemos de evitar un lenguaje discriminatorio y apostar por un lenguaje inclusivo. Seamos conscientes del poder que tienen las palabras y, sobre todo, de la posibilidad que tenemos a nuestro alcance de impactar de manera positiva en la percepción de la discapacidad. Evitemos el paternalismo,
el infantilismo o el desprecio a la hora de hablar de discapacidad e iremos logrando una sociedad más fuerte y sana.
Para ello, es fundamental apostar por la visibilidad y el acercamiento hacia las personas con síndrome de Down, y con discapacidad intelectual en general, ya que seguimos siendo los grandes desconocidos, y es que no hay presunción más peligrosa que creer saber todo.
No cabe duda de que algo estamos haciendo bien como sociedad cuando palabras como “inválidos”, “anormales”, “subnormales” o “minusválidos” nos chirrían. En su momento, estas palabras estaban normalizadas y muchos las empleaban sin ser del todo conscientes del daño que hacían. Pero todo ha cambiado y, en buena parte, gracias a la contribución de mis colegas los medios de comunicación que, gracias a su trabajo, han logrado que nuestro lenguaje sea cada vez más inclusivo, visibilizando la discapacidad y posicionándola en la agenda política.
Y hablando de periodistas y de lenguaje inclusivo, finalizaré con una anécdota. Recuerdo una ocasión en la que una periodista me preguntó: ¿cómo me refiero a ti?, ¿persona con síndrome de Down?, ¿discapacitado? A lo que yo respondí: “llámame solo Pablo, gracias”. Porque ante todo, soy Pablo Pineda.
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