Opinión

Campaña de alpargata

En la década encajada entre los años 60 y 70 del pasado siglo el filósofo canadiense Marshall McLuhan revolucionó las teorías de la comunicación prediciendo en su «La galaxia de Gutemberg» la aldea global de hoy, la división entre medios fríos (tv) y calientes (escritos) y configurando el aserto de que el medio es el mensaje. El analista de «The New York Times», Joe McGuinniss, en su libro «Cómo se fabrica un Presidente» sobre el lance Kennedy-Nixon relató las conexiones entre comunicación política y mercadeo publicitario, la importancia de la imagen televisiva y la certeza de que la propia TV era el mensaje sin otra reflexión fuera de él. Nixon perdió por la mínima por su barba rasurada pero cerrada, más los manejos del patriarca de los Kennedy, traficante de alcohol y Embajador, con sus colegas de la mafia de Chicago.

Pese a contar con el globalismo y la comunicación instantánea, Luhan no vivió para enfangarse en las redes sociales, la industrialización gubernamental de las noticias falsas y hasta supuso que la Prensa podría convivir con Internet. Ray Bradbury en su «Fahrenheit 451» (la temperatura a la que arde el papel) dejó de ser escritor de ciencia-ficción graduándose en lo primero. El equipo de comunicación de Barack Obama si escuchó crecer la yerba proponiendo un lema simple y abstracto («Sí, se puede»; calcado por Podemos) y formando equipos de jóvenes voluntarios que recababan mediante telefonazos aleatorios voluntades y microdonaciones de un dólar. Y todo con las redes sociales en pañales. El dramaturgo y Nobel, Jacinto Benavente, justificaba su repetición tres veces de algunas frases «para que se oigan, se escuchen y se entiendan», y para entender estos comicios de la confusión debe recordarse que las elecciones comenzaron con la moción de censura contra Mariano Rajoy y que llevamos un año de donde dije digo, digo Diego, decretos-ley con la urgencia de la tortuga, mucho Franco, más manipulación del feminismo como mercancía, los viernes milagro, huelebraguetas de un candidato y discursos que no llegan a soflamas por su bajeza intelectual, mientras un Presupuesto impositivo parece soplado por Wendy a Peter Pan, el Supremo se las arregla con los golpistas de Cataluña y se atisba el nubarrón de una réplica del terremoto de 2008.

Las crisis financieras historiadas desde la holandesa de los tulipanes duran una media de diez años y todas tuvieron secuelas repetitivas. La sombra de Zapatero es alargada. Comparada con las anteriores elecciones democráticas esta es decadente y los discursos que engendra parecen dirigidos a ciudadanos infantiloides y acríticos. Cierto que no es fácil pasar del bipartidismo a un escenario pentapartido con variadas y escuálidas formaciones aspirando a ser bisagras.

Pero ni siquiera es exactamente así ya que el bipartidismo ha mutado en otros dos bloques a derecha e izquierda. Elecciones de noble alpargata pero cuyo esparto deja escasas opciones a los clientes y pueden favorecer una abstención que beneficiará a las izquierdas más militantes y de voto a piñón fijo. Votarán los socialistas que se han quedado sin partido y los podemitas de un Pablo Iglesias convertido en clase. Rivera y Casado (en comicios exentos de viejos) hasta se parecen. Vox se va al agro y le siguen los demás temerosos de las urbes y reeditando «El disputado voto del señor Cayo» de Miguel Delibes. Campaña de vuelo bajo, de denuestos personales, de más eres tú, que no nos merecemos.