Opinión

Un emperador y un indito

En realidad, estas asociaciones de indigenistas que insisten en su vocerío también en California misma son, al fin y al cabo, una repetitiva cierta medida de un proyecto gnóstico más de construcción de un viejo deseo de enderezamiento de la historia. Los indigenistas, como todos los proyectos en relación con los camaradas, tienen una ambición universal, como los asuntos relacionados con el clima, con el cambio entero de la antropología humana, y también con el lenguaje o el hecho social literario, que hacen del escritor la encarnación misma de los marginados aplastados, reales o supuestos, y de su texto un texto canónico de su desgracia. Así que, si se parte de que la historia y la cultura de miles y hasta millones de personas han sido desposeídos de sus derechos, va de suyo que nadie puede querer otra cosa que su reposición de todos ellos, aunque claro está que esta tarea es bastante más complicada que salvar un castillo o reconstruirlo en su caso, Pero, de todos modos, se podría lograr ya mucho si pudiéramos identificar qué es lo destruido, quien lo destruyó y cómo podemos embarcarnos en una tarea de esta clase y todo no quede sino en juegos políticos y artificiales de mucho ruido, correspondiente a un políticamente interesado proceso.

Así las cosas, ante las reclamaciones hechas a España en relación con la vida y la muerte y desde la lengua y la cultura de los inditos que habitaron las tierras conquistadas por aquella, lo primero que hay que decir es que precisamente son los inditos de las tierras españolas los que no han dejado de manifestar siempre su gratísima memoria de los españoles, se pusieron a su lado en el momento de la independencia de aquellos países de la Corona española, y manifiestan contínuamente su querencia por nuestra lengua, la han hecho suya y la hablan, ahora mismo, con una mayor pureza y cantilenación que los propios españoles.

¿Cómo es entonces que España y los españoles hayan representado – y continúen representando ante el mundo entero– el papel de meros verdugos en las tales terribles matanzas de la historia? Tal representación llegó a inquietar, en su día, incluso a los conventos y monasterios femeninos españoles donde las religiosas tenían hermanos y primos luchando en América y oían hablar de tal manera de ellos. Y podemos imaginar, sin ir más lejos, a Teresa de Ávila, seis de cuyos hermanos tuvieron que ir a América, como hidalgos pobres, y cuatro de ellos allí dejaron su vida, incluido Rodrigo, el hermano más querido de su infancia y adolescencia. Pero las monjas o al menos la mayoría sí debieron de saber desde el principio a qué terrible leyenda atenerse. Pero ahora mismo todavía se exige que se pida perdón por unas conductas de violencia gratuita y nunca castigada.

El descubrimiento de las Indias occidentales hecho por los españoles es el descubrimiento de unos hombres nuevos, que no tenían cabezas de perro, el cuerpo cubierto con escamas, como todavía vemos sus figuras en los pórticos de algunas iglesias, y eran hombres distintos. Pero hombres.

La escuela dominicana de Salamanca acosada intelectualmente por la presencia de aquella nueva humanidad llegó a la conclusión de que la libertad y la igualdad debían quedar afirmadas como condiciones «sine qua non» de la naturaleza humana de aquellos inditos y no como meros derechos o reconocimientos jurídicos. No era lo mismo. El 11 de diciembre de 1511, fray Antonio de Montesinos dije en su homilía ante el Almirante de las Indias, hijo de Colón y otras autoridades del Imperio: «Decid con qué derecho, con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios», y en seguida llegarán las nuevas respuestas del propio César y emperador de las Indias que ordenó el abandono de la conquista incluso contra los intereses del Estado para que prevaleciera el derecho de aquellos hombres nuevos. Y nunca vimos luego, ni ahora mismo, a un indigenista, ni a nadie, en tales aventuras.