Opinión

En los márgenes

El

verano está llegando a su fin; poco más de dos semanas y entraremos

en septiembre, un mes amado y odiado a partes iguales y que, en la

mayoría de los casos, conlleva una vuelta a la rutina: los gimnasios

abren con ofertas de inscripción, la vuelta al cole se cuela en cada

televisión, los madrugones se tornan inevitables y, para muchos,

activar la búsqueda de empleo se convierte en una prioridad.

Por

suerte, julio y agosto nos dan siempre esa pausa que necesitamos de

vez en cuando. El verano es ante todo una época de desconexión, o

más bien, de reorganización de las prioridades, una especie de

balance de lo pasado y lo que vendrá. Y aunque no hayamos podido

coger unos días para desconectar de la ciudad y del asfalto

ardiente, seguro que las terrazas al sol nos han cargado de energía

y podemos afrontar lo que nos depara esta nueva etapa con más ganas.

Y es que inmersos en este remolino de información incesante, es

fundamental pararse a reflexionar y hacer un poco de introspección

para saber hacia dónde queremos ir.

Hace

poco era el Día Internacional de la Juventud y me gustaría

aprovechar este espacio para lanzar una reflexión al respecto.

Tenemos claro que los jóvenes son el motor de nuestro futuro, un

mañana donde reinará la incertidumbre a la que lamentablemente las

nuevas generaciones ya se han acostumbrado; sin embargo, si no

hacemos de su educación y empleabilidad nuestra prioridad del

presente, nunca lograremos la sociedad que hoy predicamos: una

sociedad diversa, justa y sostenible.

Con

los años he aprendido que cuando existe un estigma sobre cualquier

tipo de tema es siempre porque detrás hay un esfuerzo por suprimir

la voz de alguien, quien quiera que sea. Frente a esto, la mejor

manera de defenderse es hablar, decir abiertamente aquello por lo que

otros te estigmatizan a ti o al de al lado. Las barreras se derriban

con las palabras. No creo haya nada más poderoso que ver a una

persona empoderada diciendo claramente lo que otros temen. La

transparencia es clave en acabar con los estereotipos y en acercarnos

a lo diferente. Hagamos que los jóvenes hablen de temas tabú de una

manera normalizada. A fin de cuentas, el problema sigue siendo el

mismo: el desconocimiento produce rechazo y miedo.

Si la

solución es algo tan sencillo como el acercamiento y la escucha,

¿por qué nos cuesta tanto?

La

discriminación es una de las lacras más graves de nuestra sociedad

y superar esa necesidad de mirar por encima del hombro o con rechazo

al diferente es, sin duda, nuestro mayor desafío como seres humanos.

Tendemos a marginar a las personas que tienen las cualidades que más

tememos, aptitudes o características que muchas veces encontramos en

nosotros mismos, pero que por vergüenza, escondemos y rechazamos. A

esto se añaden, los sesgos inconscientes: cualidades falsas que

atribuimos a ciertos grupos que desconocemos, y luego excluimos a

esos grupos como una forma de negar esos rasgos en nosotros mismos.

Nuestro

orgullo habla por nosotros en frases como: “Yo soy diferente”, “a

mí nunca me podría pasar algo así”, “nunca acabaría en una

situación igual”. El miedo es muy poderoso y a menudo no somos

honestos con lo que está sucediendo. Empatizar sigue siendo una

tarea pendiente en la sociedad pues acabar en los márgenes es mucho

más fácil de lo que creemos.

Por

todo ello, debemos hablar bien alto de los temas que nos incomodan

pues no hay mejor ejercicio que el del debate, aquel que nos libera

de nuestras ideas y nos enriquece con las del ojo ajeno. Porque

cuando incluyes en la sociedad a aquellas personas que durante mucho

tiempo se han sentido en los márgenes, cuando los empoderas y los

escuchas, es entonces cuando la sociedad florece y se hace más

fuerte.

Entonces,

¿sería utópico pensar en una sociedad sin márgenes? ¿Sería

naïve

concebir una sociedad sin discriminación?

Seguramente

sí, pero ¿creer en esas utopías no nos hace avanzar? Como decía

Eduardo Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos

pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más

allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para

caminar”. Caminemos juntos hacia una sociedad sin márgenes y sin

discriminación donde todas las personas gocen de una participación

social plena y una educación en valores tan sencillos y necesarios

como la humildad, el respecto, la empatía y la solidaridad.