Opinión

Como en el País Vasco

Comenzó la semana con las detenciones, por parte de la Guardia Civil de nueve individuos acusados de preparar atentados en Cataluña. Ese mismo día, el ministro del Interior recriminaba a sus mandos las detenciones de las que Grande Marlaska dijo no tener conocimiento. Tampoco el presidente del Gobierno en funciones, que estaba en la ONU hablando de Franco a la Asamblea General y en la posterior rueda de prensa. Pero no de las detenciones. Dos días después, JxCat, Esquerra Republicana y la CUP votaron en el Parlament una propuesta a favor de echar a la Benemérita de la Comunidad Autónoma. Pero la decisión de la cámara catalana ha provocado tal oleada de solidaridad entre políticos, escritores, cantantes, y deportistas que el Gobierno no ha tenido más remedio que anunciar la impugnación de las resoluciones del Parlament sobre la amnistía de presos y la salida de la Guardia Civil. El jueves, el juez de la Audiencia Nacional, Manuel García Castellón, decretaba prisión incondicional para siete de los nueves detenidos por pertenencia a organización terrorista, tenencia de explosivos con fines terroristas, y conspiración para la comisión de estragos. El juez instructor consideró que los detenidos formaban parte de un grupo autodenominado Equipo de Respuesta Táctica de los sedicentes Comités de la Defensa de la República. En paralelo, 200 alcaldes independentistas apoyaban a los encarcelados mientras la Generalitat, que se había visto obligada a retirar un lazo amarillo de su fachada, colgaba en su balcón una pancarta sobre la libertad de expresión. Algún ingenuo podría pensar que el problema son las nuevas elecciones generales, la campaña venidera en noviembre, o el nerviosismo de los partidos independentistas por ver quien la hace más grande, pero la realidad es que en Cataluña se empiezan a vivir episodios que recuerdan mucho a los años de plomo del País Vasco. Eso sí: sin muertos. Aquellos chicos de la gasolina que llamaba Xabier Arzallus, son los parecidos a los que ahora agitan el árbol para que otros cojan las nueces. Jóvenes radicales que nunca van a faltar en las sociedades enfermas. El problema es lo que queda luego: una sociedad dividida que trata de enmascarar lo sucedido reescribiendo el relato. Pero el Gobierno, aunque esté en funciones, ya no puede mirar hacía otro lado. Por eso tampoco puede gobernar con los independentistas y nacionalistas. Pero, mientras tanto, el presidente, en la ONU hablando de Franco.