Opinión
Después del debate
Sí, ha sido una decepción. Pero era de esperar. Un debate planteado con tiempos fijos dedicados a política exterior, economía, etc., no solo resulta soporífero para los espectadores, sino inoperante para confrontar opiniones. El ejemplo perfecto surgió cuando Santiago Abascal expuso las medidas que proponía para restablecer el orden y acabar con el «procés». Los presentadores aprovecharon su mitin para preguntar al resto de los líderes sobre las medidas que ellos tomarían en Cataluña. Cada uno dijo las suyas y apenas hubo diálogo ni debate sobre unas y otras. Un despropósito.
Según la mayoría de los lectores de diarios –incluidos El País y El Mundo, lo cual ya es raro– el ganador fue Abascal. Era la novedad. Pero sobre todo el líder de Vox convenció por su tono, moderado y pedagógico, muy lejano al que le atribuían Unidas Podemos y el PSOE en la anterior campaña. La movilización por el temor hacía la «extrema derecha» fue un invento que pierde fuelle ahora.
Pablo Iglesias estuvo en su papel de profesor que intenta sosegar los ánimos que atiza en otros foros. Pero ya conocíamos esa interpretación y, como en las películas, segundas partes nunca fueron buenas. Perdió sobre todo la oportunidad de exigir explicaciones a Sánchez por el no pacto. Pero quizá evitó hacerlo para no ser ignorado. Fue la tónica del presidente en funciones durante la noche. Albert Rivera pinchó. Su nervio en los anteriores debates se fue diluyendo a medida que avanzaba la noche. Y ya sin adoquines ni rollos de traspasos de competencias la cosa fue languideciendo. Fue, sin duda, el perdedor de la noche.
Y en esto llegó Casado. No nos esperábamos mucho de él a pesar de la barba y de haber superado el batacazo electoral. Pero fue el primero que mordió a Sánchez donde más dolía: Cataluña. Quizá tener las expectativas tan bajas hizo que su figura creciera, especialmente cuando se enfrentó a Rivera y le señaló dónde estaban los votos por los que debía pelear.
Pedro Sánchez no perdió los papeles a pesar de que todos iban contra él. Pero ese recurso tan molesto de no mirar al contrario y de negar los reproches con la cabeza baja, resulta fuera de lugar. Especialmente cuando se negó a contestar a todas y cada una de las preguntas que le plantearon. Y es que aquello no fue un debate, sino un nuevo mitin. Una pena.
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