Opinión

La invención mayor del mundo

Cada vez resulta más complicado hacernos idea de un mero suceso o de unas declaraciones de un hombre público, porque nos llegan encajadas en mil explicaciones y detalles, y ya desde que la noticia es naciente comienza a recibir distintas versiones y llega a los comunicadores en tantas fuentes que éstos se las ven y se las desean con frecuencia, digamos que para meramente ordenarlas y empaquetarlas. Y hay casos que la glosa que cubre a esas noticias es una inmensa confusión no tan fácil de desmontar y entonces probablemente ya no nos enteraremos nunca de lo que sucedió ni de nada parecido.

Hace bastantes años, a propósito de algo que había ocurrido a la rodilla de un destacado futbolista, el cúmulo de noticias y de glosas que produjo atrajo la atención de un grupo de periodistas que también recabaron los conocimientos de algunos traumatólogos y especialistas en huesos, y al cabo de otro año largo estos señores concluyeron por confesar que, atenidos únicamente al material de que disponían, y sin ninguna clase de excursos fuera de esa documentación de noticias y glosas, no podían hacerse una verdadera idea de cuál había sido la lesión de la rodilla en cuestión; y los periodistas llegaron también a la conclusión de que las certezas en torno a la famosa rodilla y «su poseedor» se habían evaporado. Seguro era que había ocurrido algo, pero identificar el hecho era imposible, y de lo único que podían ser testigos era de que el futbolista en cuestión cojeaba, y había sido evacuado del campo en camilla, lo que era todo un acontecimiento deportivo

Y, sin embargo, todo ese asunto consistía en que el estado de los periódicos y periodistas era tan obsoleto que incluso utilizábamos todavía la lógica aristotélica y cartesiana, es decir la lógica perenne de la que echa mano una persona considerada normal que, preguntada por si todas las ovejas que ha visto desde la carretera están esquiladas, responde que desde el lugar desde que él las vio sí lo estaban, pero del otro lado no podía decir nada. Es decir renunciaba al argumento histórico, que no es decisivo pero sí importante, de que lo normal es esquilar por entero a todo un rebaño.

Durante mucho tiempo y, pese a tanto aplauso a la libertad de expresión como tópico universal, lo más convincente para nosotros ha resultado ser la noticia del todo inventada pero perfecta, adornada de tanta circunstancia y detalle que no se terminan de enumerar, o de una sintaxis tan complicada que no sea fácil de entender, leída ni escuchada.

Y lo que ha pasado es que al fin se ha suscitado en el receptor mismo de la noticia la actitud de los consumidores de alimentos básicos como pan, leche, lechugas o tomates: que ya se sabe de antemano que el producto que salió de la tierra ha quedado transformado pero no es posible saber siempre en qué tanto por ciento. Como que a veces los consumidores parecen enfrentados a entes lógicos o de razón que se llaman pan, leche, lechugas o tomates, de los que se destacan algunos de los accidentes más atractivos que deben ser lo suficientemente eficaces para sustituir a la realidad, que cada vez parece interesar menos.

Se sabe muy bien que lo específico de nuestra civilización es precisamente la transformación, o mentira de lo que ha sucedido o es realidad, pero también sabemos que las retóricas e historias chinas se venden mejor que la realidad, y puede que se prefiera mirarlas en el plano retórico, porque realmente se transforman y son muy diferentes, y entonces es el propio receptor de la información el que desea que ésta llegue bien arreglada, y fabulada e hipostasiada, y las gentes no parece que toleren ya muy bien que las informaciones sean concisas y completas. Parece que se echan de menos la charlatanería y el expresionismo sin los que los mismos productos naturales no sabrían a nada. La invención es la mayor del mundo.