Opinión
El lujo humilde
La Razón, mi periódico, cuenta con muchas firmas de lujo. Una de ellas, quizá la más lujosa, es la del escritor castellano José Jiménez Lozano, tan pequeño en centímetros y tan grande en la palabra. Poeta, novelista, ensayista y columnista. Es de Langa, provincia de Ávila, pariente lejano en siglos de Juan de Yepes y Teresa de Cepeda. Autor de la prodigiosa Guía Espiritual de Castilla. Y del Mudejarillo, y la Historia de un Otoño. En mayo cumplirá, si Dios quiere y demuestra paciencia para mantenerlo lúcido y brillante, noventa años. En 2002 fue premiado con El Cervantes, cuando el Cervantes tenía el prestigio literario que la política le ha robado. –Escribe como los ángeles-, opinó Mingote. Cela, que tenía un día torcido, algo sesgado, intervino. –Antonio, ¿y cómo coños escriben los ángeles?-; y Antonio, que llevaba un día plácido y pausado, le respondió: -escriben como los ángeles los que de cuando en cuando lo hacen mejor que tú-. Y don Camilo aceptó a su manera el respetuoso rapapolvos. –Bueno, bueno, si tú lo dices…, aunque es verdad que escribe muy bien. ¡Pero es muy bajito!-.
Conocí a don José en La Razón, y en mis alforjas sólo llevo un cuarto de hora con él. Es un castellano puro, hijo de la inmensa meseta de la Historia, la Mística y el Románico. De su digna sequedad, nace una cordialidad y señorío auténticos, que superan en ocasiones – fueron sólo quince minutos-, la barrera de su timidez. Durante muchos años creí que era hijo de Langa del Duero, entre Aranda y San Esteban de Gormaz. Pero un amigo, en quien confío plenamente, me sacó del error. –Es de Langa a secas, la de Ávila-. Como si hubiese nacido en Salamanca. O en Zamora, Burgos, Segovia, Soria o Palencia. El castellano es de todos los rincones, los sotos, los bosques y los horizontes de Castilla. Escribió Hemingway –que no era tan buen escritor como su mito-, que enamorarse de un paisaje con el mar azul, la costa verde y las playas blancas, es una obviedad. Cosas de niños y sensibilidades fáciles. Pero que sólo se alcanzan los plenos sentimientos hacia la belleza cuando la mirada de un ser humano se enamora de los paisajes de Castilla. En esos paisajes se mueven los paisajes que andan, sus hombres y mujeres, que viven empapados de la austeridad y la variación de sus tierras. Don José es un castellano que no ha querido renunciar a su pequeño mundo. El mismo pequeño mundo que hizo grande el gran Giovanni Guareschi, con su pueblo a orillas del Po, su cura gigante don Camilo y su alcalde comunista Peponne, que ya quisiéramos un comunista en España como Peponne, que negaba a Dios no para molestarlo sino para llevarle un poco la contraria.
Hoy he leído, como siempre, su tribuna de Opinión. «La Famosa España doble». Antonio Machado creó la imagen de las dos Españas. Su hermano, Manuel amaba a una y Antonio a la otra. Pero el amor fraterno entre los amantes de las diferentes Españas jamás se agrietó. Fuera de castañas ideológicas, creo sinceramente que don Manuel fue mejor poeta que don Antonio, menos prolífico, más medido y hondo. Tenían carácter castellano, y Sánchez le equivocó la cuna. «Poeta nacido en Soria», cuando lo hicieron, uno y otro en Sevilla, donde su padre administraba el Palacio de los Alba, Las Dueñas. Y me ha emocionado la sencillez final de su diagnóstico de la España doble. «Y no hay dos Españas como no había dos Inglaterras, y don Antonio Machado nos avisó de esa eventual doblez que explicaría que nos suicidáramos. Pero hay una sóla España, con una vieja patología de estupidez, locura y autodestrucción; y de ignorancia y odio a la gran España que fuimos».
Nada más, don José. Que cumpla en la humildad de su grandeza los primeros noventa años de su vida. No nos prive de su sabiduría, y siga viviendo feliz inmerso en los paisajes de nuestra Alta Castilla, - y de León-, siempre que el burro de su alcalde nos los permita.
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