Opinión
La linde
En estos días, en los que estoy a punto de cumplir años (y son ya los bastantes como para que cualquier cosita me pille joven), mis amigos me pinchan. Tengo la mejor opinión de mis amigos, porque para eso lo son, pero como la tengo de mis amigas, que hoy en día hay que explicarlo todo. Mis amigos me dicen que a las feministas se nos está yendo la mano en nuestras reivindicaciones y que, ahora, nos representan determinadas mujeres que nos hace un flaco favor. Entiéndase por esas mujeres a varias ministras o portavoces de algunos colectivos en auge. Dicen estos amigos que esas mujeres van a conseguir una suerte de locura, de pendulazo que, a la postre, nos va a costar un precio muy alto. Y que eso, de alguna manera, justifica o provoca, que nazcan partidos, foros, o colectivos involucionistas contrarios a nuestras reivindicaciones. Yo quisiera decir que hasta esas mujeres que no concuerdan con mi idea del feminismo me valen. Me vale siempre su postura, sea la que sea, equivocada o no. Me vale su lucha, su extremismo, su radicalidad, incluso me vale que lo que digan sea inasumible en estos tiempos en los que las prioridades sean otras bien distintas. No quiero que sean los hombres bienpensantes los que midan si esas mujeres me hacen bien o mal, si contribuyen a mi causa o me hacen una putada. Todas ellas, equivocadas o no, me valen. Me representan. Y quiero decirles a todos esos hombres que consideran que las mujeres que llegan a puestos importantes y que dicen, según ellos, tonterías, que ya hemos sufrido a hombres imbéciles diciendo gilipolleces a diario y que nadie les cuestionó por ser hombres, ni por estar en puestos que no les ajustaba al cinturón. Que quiero mujeres ineptas, que quiero mujeres que no merecen los puestos, que quiero mujeres que, por fin, van a demostrar que donde hubo un incapaz, puede haber una incapaz. Que estamos tirando mucho de la cuerda. Y poco me parece.
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