Opinión
Gistau
A mí David no me caía bien. Suponía, sin conocerle, que alguien tan brillante, tan lúcidamente contundente en sus argumentos, debía ser un gilipollas importante. Y además era muy atractivo, así como brutote y grande y barbudo y muy hetero. Un día, en este periódico que tiene la infinita generosidad de darme hueco, me ofrecieron colaborar en una sección de deportes que iba a compartir con otro columnista y en la que debíamos opinar de manera dispar. Fue entonces cuando aquel tipo (al que yo admiraba pero del que recelaba) empezó a mandarme en sus publicaciones algunos gestos y palabras cariñosas, como con mucho respeto. Fue ahí cuando me dio el primer golpe en la mandíbula. Otro día le vi de lejos cogido de la mano de una rubia preciosa. Bah, pensé, encima se las busca rusas. Y, de repente, le tenía trabajando en Herrera en Cope. Comprobé enseguida que Romina no era una eslava inquietante, sino una maravillosa mujer argentina con la que David había construido una familia muy feliz. No era solo que se amaran, es que disfrutaban extraordinariamente de sus cuatro hijos. Gistau me contó una tarde que de vez en cuando se hacían una escapada de novios para poder descansar y hacer manitas. Consistía en marcharse a un hotel cercano y alquilar una habitación, siempre la misma, desde la que se veía la terraza en la que jugaban sus críos. A lo largo de todo este tiempo de amistad comprobé que la gilipollas importante había sido yo. Encontré a un ser humano radiante, generoso y bueno, muy bueno, muy lindo por dentro, que prefería que le quisieras a que le admiraras. Un muchachote que prefería ganarte en una conversación a los puntos antes que por un knockout intelectual. Y había otra cosa que me acercó definitivamente a él: Gistau me trataba como a un hombre, sin condescendencias ni pamplinas. Pocas veces me han respetado tanto. Aunque, desde el domingo y sin disimulo, le estoy llorando como una niña.
✕
Accede a tu cuenta para comentar