Opinión

Plácido y el agradecimiento

No recuerdo bien cuándo nos conocimos. Él ya era un empresario de éxito y yo me dedicaba a la cosa económica. Pero pasó el tiempo y volvimos a coincidir. Él ya era presidente del Patronato del Museo del Prado y yo dirigía Ars Magazine. Empezamos a coincidir con más frecuencia. Sus conversaciones empezaban en el arte pero acabábamos hablando de política, economía, o de lo que fuera.

Un día me mandó unos folios sobre el proyecto de un nuevo Museo de la Paz en el Salón de Reinos del Prado. Me pidió la misma discreción de la que él siempre hacía gala. Me parecieron un disparate y quedé con él para comentárselo. Escuchó pacientemente y asumió toda la responsabilidad del proyecto, aunque para entonces yo ya sabía que ni era idea suya, ni la compartía al cien por cien. Comprendía lo difícil que sería para el Reina perder el Guernica, pero entendía que el campus del Prado ganaría con su presencia y, por supuesto, mucho más el Salón de Reinos. Y pasamos a hablar del gran tema: de compras y de cuadros.

Había llegado a España con 35 años desde su México natal. Tres años después fundaría Vips. Recordaba de aquellos primeros años que, en vez de irse de cacerías o frecuentar los ambientes distinguidos madrileños de finales de los sesenta y primeros setenta, él se dedicaba a ahorrar para comprar sus primeros cuadros y esculturas. Escuchar sus andanzas para conseguir el Bodegón de Pereda o el San Francisco de El Greco era una auténtica novela de aventuras.

Cuando decidió en 2015 regalar 25 cuadros al Prado tuvo que soportar mi chorreo por haber dejado fuera el Pereda. Pero no se enfadaba. Y me enseñaba los libros que había tenido que consultar para su compra. Entonces le propuse una entrevista en Ars. No tenía fácil escapatoria pero me pidió que no fuese pregunta respuesta, sino que dijera lo que yo quisiera. El sólo quería dejar claro su agradecimiento al Prado y a España y a cambio me pidió –siempre negociaba bien– otra cosa: «Tienes que crear unos premios al mecenazgo: para particulares y empresas. Este país no suele ser muy agradecido y hay que premiar ese esfuerzo». Le dije que sí, pero que el primer premio sería suyo. Y aceptó siempre que no tuviera que hablar. Así era él: discreto y generoso. Un mecenas.