Opinión

Coherencias políticas

Escribe el ilustre jurista Don José Luis Requero, en su día y en su rincón lectivos de «La Razón», que Europa es incoherente, y podríamos decir que de una manera solemne y también banal, y esto porque resulta, efectivamente, una evidencia tópica el resaltar la escrupulosa defensa de los animales, mientras se ofrece «como un progreso que las mujeres puedan libremente acabar con la vida del no nacido, o que la ayuda europea al desarrollo del Tercer Mundo se condicione a que los países beneficiados generalicen el aborto». Y el Señor Requejo añade, a seguido, la inquietud de los que lloran inconsolables por la deforestación del Amazonas, mientras no se mienta para nada «la deforestación demográfica europea, dramática en España». Pero se diría que Europa desea acabar con estas y otras incoherencias cuanto antes.
Existía desde luego, un comercio de embriones humanos que resulta un material biológico, muy valioso en dinero por su destino esencial en varios procesos médicos, pero que, si no se arrancaba sino que se dejaba en el cuerpo de la mujer, parece que ofrecía la posibilidad de configurar a otro ser humano y, según un amigo africano, en cuanto hubo médicos, enfermeras y misioneros y en general europeos, se había aprendido de ellos el rechazo de la interrupción del embarazo, de la venta de embriones, y de las otras antiguas costumbres que habían funcionado años atrás, como la venta de niñas y la ingeniería humznal.
Pero, como si Europa hubiera percibido de repente la ventaja de adoptar para el mundo entero todos los pensares y prácticas de la modernidad de una nueva cultura incluso mucho más comprensiva con las viejas costumbres tribales, ha decidido no sólo la apostasía religiosa cristiana, sino también la renuncia y el abandono y deprecio de lo que fueron la cultura y la esencia de Europa y hasta la antropología del hombre europeo ahora transformadas convenientemente en interés de la nueva visión coherente de los pensares y los comportamientos.
El Dr. Rothman caracterizó a los años cincuenta como «la era del ‘‘laissez-faire’’ en el laboratorio». Y en el medio siglo transcurrido no es que haya habido «un dejar hacer, dejar pasar» en todo el ámbito de la Science in Beemoth, es que esta barbarie darwinista y nazi ha adquirido honorabilidad intelectual y respaldo legal que se burla de los antiguos castigos de Nüremberg.
El dicho «Roma ya no está en Roma» resumía en los años cincuenta pensares y sentires en los que parecía que todo había dejado de ser lo que había sido, y hubo un gran desfile de europeos hacia los Estados Unidos pensando que el triunfo del mal en Europa no llegaría hasta allí. Pero no fue éste el caso, precisamente.
En primer lugar, la guerra cultural la ganarían nazis y comunistas contra las democracias, contagiándolas de su desprecio y destrucción de todo lo humano como lo mostraba «El huevo de la serpiente» de Ingmar Bergman, una película en la que se denunciaba la utilización de enfermos mentales para la experimentación de laboratorio en tiempos de la República de Weimar. Y, cincuenta años más tarde en el plano de la praxis ya se sabe que las cosas se han desarrollado en la clandestinidad, aunque siempre resultaron denunciadas por profesionales de laboratorio, o en soberbios reflejos literarios como en «El mar y el veneno» de Shuzaku Endo o «La sospecha» de Friedrich Dürrenmatt, pongamos por caso.
Sobrecogían a sus lectores de los años sesenta y setenta, como más tarde les sobrecogerían reportajes periodísticos o televisivos que han dado cuenta de altas investigaciones con material humano o de manipulaciones psíquicas y esterilizaciones de pobres gentes, que mostraban cómo Behemoth también se había acomodado en las democracias. Por la sencilla razón de que éstas han renegado de «la fábula antropológica» del cristianismo y del humanismo liberal y laico, y han aceptado la «Nazi Science» del darwinimo filosófico nazi. No sé si se querrá acabar de otro modo con las incoherencias que señalaba el señor Requero en este periódico.