Opinión
La cantada
A mí ya me parecía extraño que, después de tantos años, hubiera mujeres dispuestas a elevar la voz. Me sonaba raro el runrún. No me tomen por una profeta, porque soy un zoquete en todos los órdenes de la vida pero, esto sonaba raro con su runrún. Plácido Domingo es un artista extraordinario, inconmensurable, un ser humano que transmite mucha humanidad, mucho compromiso. Seguramente mucha gente le quiso creer. Primero, por empatía. Empatía y simpatía. Era un español universal y llevaba nuestro nombre por el mundo. Y además, qué leches, no había pruebas. Una trayectoria sin un lunar. Es cierto que alguna de las denunciantes se atrevió y dio la cara, pero no dejaba de ser residual. Ahora, una investigación en Estados Unidos aporta conclusiones determinantes. Casi treinta mujeres le acusan de acoso sexual y abuso de poder mientras estaba al frente de la Ópera Nacional de Washington y la de Los Ángeles. Tras varios meses reflexionando, Domingo acepta toda la responsabilidad sobre sus acciones, lo ha reconocido todo, ha pedido disculpas. Pero, en una cabriola inexplicable, se ha ofrecido, en su comunicado oficial, para guiar al mundo de la ópera a conseguir que estas cosas no pasen. Hay que tener un cuajo como una carpa de circo. Seguramente, antes de darnos luz o esgrimir esas mierdas que sus abogados le han aconsejado decir, sería mejor que nos explicara qué hizo exactamente, por qué lo negó inicialmente y por qué razones ahora dobla en tablas. Yo creo, modestamente, que lo que le toca en este momento a Plácido Domingo, por respeto a sí mismo, a su trayectoria, a sus seguidores, a su familia, y a toda la gente que puso la mano en el fuego por el, es empezar a explicar qué hizo exactamente, insisto, qué hizo para tener que bajar la testuz. No ayude a las mujeres, señor. No les meta mano, no las acose. Solo con eso nos vale.
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