Opinión
La despedida
Los que hemos tenido la desgracia de pasar por el trance de despedir a alguien que amamos o queremos sabemos que despedirse es una inversión emocional a corto y, sobre todo, a largo plazo. Es un abrazo no solo físico sino psicológico. Cuando el tsunami de la pérdida vuelve a las aguas calmas, esa despedida alimenta el alma y consuela el duelo, allanando nuestra estabilidad emocional futura. El duelo es tan necesario como el respirar. Sin duelo no hay vida y su inicio suele marcarlo la despedida, que es lo más parecido al abrazo eterno, al beso eterno. A muchas personas se les está negando esa despedida multiplicando así su dolor y su vulnerabilidad, lo que dificultará la recuperación posterior.
La soledad, el silencio y el vacío del duelo no era esto; tampoco el frío del adiós ni el dolor de la ausencia lo era. Son las mismas palabras pero el sentido ha cambiado desde que lo hicieron las circunstancias. Da la impresión de farsa, de que todo es una mentira en una realidad trucada. Los amigos, los familiares, los hijos, los hermanos, las parejas han cedido su puesto al personal sanitario, a miembros del SUMA, a la UME, a los servicios de desinfección y limpieza… La despedida es un consuelo, un último desahogo tan necesario como humano; es alfombrar el camino a la reconstrucción posterior. Despedirse de la persona que amamos y no volveremos a ver nunca es la forma de crear recuerdos futuros que abriguen, reconforten y estimulen para seguir adelante.
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