Opinión
Empatía
Ayer era el primer día de la Fase 0, así que ya podíamos salir, excepto los positivos y los sintomáticos, escalonaditos. Todo eran vivas y bravos hasta que te echas a la calle. Sales a la calle con tu perro que, insisto, solo te contempla la posibilidad de transitar una manzana más allá de tu casa, pero resulta que esa manzana era el desfile inaugural de unos Juegos Olímpicos. Todo el mundo es atleta, bien. Te parece bien porque es gente sana (o eso crees) y te colocas en el tramo escoradita y sin dar mucho por saco. Pero el perro tiene sus lindes y quiere moverse porque, evidentemente, no es de escayola. Quiere cruzar al árbol de enfrente. Esperas. Encuentras, como en una procesión, un hueco para cruzar. Cruzas. «Señora, ya podría Vd sacar al perro a otras horas». Recuerdas entonces que no te has tomado la pastilla para la menopausia, esa que te libra de sofocos, de sudoración y de irritabilidad y quieres ponerte una plancha caliente en un muslo para no montar un cristo. Entonces te acuerdas también de que, el viernes por la tarde, una mamá con dos niños hizo el amago de patear a tu perro. Pero te dices para tus adentros «venga, hija, un poco de empatía». Avanzas un poco con el animalico para que encuentre su rincón de la defecación. «Oiga, por qué no saca Vd al perro en otro momento, que ahora molesta». Así que te vuelves a casa antes de tiempo, con un cabreo como una mona, sólo son las ocho de la mañana, y deseas profundamente que abran los parques a ver si hace efecto esto de correr que, por lo visto, dicen, relaja una barbaridad. O empezamos a ser un poco empáticos, transigentes, generosos, o a la Fase 1 llegamos mordiendo. Por cierto, nada que ver con los tramos de los ancianos. Qué maravilla, qué pausa, cuántas sonrisas, qué bendición no tener prisa. Los grandes sufrientes de esto y, los mejores.
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