Opinión
Basura
Mi madre tenía miedo el primer día. No quería salir. Le mandé de todo: mascarillas, gel, guantes. Llevaba casi cincuenta días sin pisar la calle y me decía que no podías más, que se iba a tirar por el balcón si no salía rápido. Y resulta que llega el momento de la libertad chiquita y, de pronto, no quiere salir. Mi madre tiene ochenta y seis años y, desde que era muy jovencita, las pasó canutas. Como todos los niños de esa generación, tuvo hambre, miedo, vivió del estraperlo. Vendía churros en la estación de trenes de Plasencia, Cáceres, churros que hacía su madre, con aceite de estraperlo, y los vendía de estraperlo, para que se sepa que esta familia lleva engañando al erario público indecentemente desde antes de los dolores. Así iba mi madre a la estación y en su casa, a la vuelta, había un solo huevo para comer. Un solo huevo para cinco hermanos, una madre que se mataba a trabajar sin posibilidad de trabajar, y un padre que no daba con su sueldo para mantener a la prole. Y resulta que llega a este punto de la vida, cuando todo le debería dar exactamente igual, y tiene miedo a salir. Sale con mascarilla, guantes y gel en el bolsillo, ni siquiera mira a la gente, va tapadita y sin tocar la pared a pesar de que se marea. Elige el tramo en el que le toca, no se lo salta, no hay negociación. Así que, cuando contemplo a estos pseudo famosos, saltándose la cuarentena para transitar de cama en cama, cuando vociferan contra las medidas de seguridad sin haber conocido la diferencia que hay entre soplar y sorber, cuando se pasan por el arco cualquier norma porque creen que no va con ellos, me dan ganas de decirle a mi madre que mande a la mierda el confinamiento. Pero mi madre tiene la razón. En todas las casas hay un cubo de la basura. Y hay gente que es el cubo de la basura.
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