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Sociedad

He leído y acepto las condiciones de uso

Nosotros no deberíamos tomarnos esto a broma, sino ser responsables y, sobre todo muy conscientes del poder que, por pura vagancia, les entregamos mansamente a los poderosos

El otro día volvió a saltar el aviso en el teléfono. Debía actualizar nosecuántas aplicaciones y así lo hice. Salté las parrafadas de cháchara legal, marqué la casilla de «he leído y acepto los términos y condiciones de uso» y busqué donde se acepta todo para seguir adelante con mi vida. Dicen que te convalidan el primer curso de Derecho si, además de afirmar que lo has hecho, lees todas las cláusulas del contrato que firmas con estas las aplicaciones. La artista rusa Dima Yarovinsky se dio cuenta de los desproporcionados que eran los textos de consentimiento y lo plasmó en 2018 en una instalación titulada «I Agree» («Acepto») en la que imprimía en folios las miles de palabras de los contratos tecnológicos, que se alargaban varios metros en el mundo físico. Según un estudio de Visual Capitalist que acaba de ser publicado, un ciudadano medio necesita de 250 horas para digerir el contenido de todos los contratos digitales por los que nuestros ojos surcan mientras el pulgar hace ascender las letras a toda velocidad. En ese tiempo puede leerse «Moby Dick», y no es un ejemplo de prosa ligera. De esta manera, al usuario de Tinder, que acepta y descarta candidatos sexuales en cuatro segundos, se le pide que lea 35 minutos de palabrería jurídica. Muy buena idea, sí. En el estudio, además, se recoge el grado de dificultad de los textos y resulta que para jugar a «Pokemon Go» hay que enfrentarse a 36 minutos de lectura de comprensión universitaria. ¿Resultado? Un 97 por ciento de los ciudadanos no las lee nunca.

Nos descargamos aplicaciones y nos registramos en servicios que cada dos por tres «modifican la política de privacidad», esa que no habíamos leído en un primer momento y que volvemos a aceptar como autómatas. Son condiciones, por supuesto, modificadas unilateralmente por estas compañías. Supongamos que hago el esfuerzo de leerme todas esas oraciones subordinadas llenas de latinajos y llego al final con una idea clara de lo que quieren decir. Aquí no hay negociación posible, son lentejas. Por lo tanto, a pesar de que soy consciente de que debería leer todas las cláusulas, enfadarme por su contenido e insultar a un nuevo rico estadounidense por imponérmelas, no lo hago. ¿Para qué? Porque si quiero seguir perdiendo el tiempo en Facebook o Instagram, a sabiendas que sus condiciones son un abuso, me temo que seguiré aceptándolas. Así que no leerlas me ahorra tiempo y un cabreo. Pero sigue sin ser buena idea. En Reino Unido, un proveedor de wi-fi gratuito llamado Purple incluyó entre sus términos y condiciones que el usuario se comprometía a limpiar retretes públicos voluntariamente. Ni siquiera lo decía con esa jerga legal opaca, sino lisa y llanamente. Más de 22.000 usuarios aceptaron y solo una persona se dio cuenta durante esas dos semanas que duró el experimento. Por supuesto, nunca exigieron a los primos que cumplieran el contrato. Nosotros no deberíamos tomarnos esto a broma, sino ser responsables y, sobre todo muy conscientes del poder que, por pura vagancia, les entregamos mansamente a los poderosos.

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