Opinión
Vertebrados e invertebrados
Conoce el lector su distinción en el reino animal: depende de una columna vertebral.
Hoy, a punto de conmemorar los cien años de la publicación de «La España Invertebrada», me atrevo a disentir de Julián Marías, discípulo de Ortega, cuando predijo que al gran pensador «le harían justicia los años venideros, cuando en España fuéramos capaces de superar nuestra aparente incapacidad de tener que ser de un bando o del contrario». Aquel diagnóstico de la situación de España en los años 20 del pasado siglo, enfocando especialmente el tema de los particularismos, en muchos aspectos sigue hoy. Y aquella distinción entre masas y minorías o élites, más que vigente.
Sostengo que quienes forman la columna vertebral de las sociedades modernas son las instituciones y quienes las conforman y dirigen deben responder a criterios de idoneidad y eficacia. Y cuando estos fallan o cuando las propias instituciones son asediadas, la sociedad se dirige peligrosamente al precipicio.
Resumo: deben preservarse las instituciones por encima incluso de las personas que las representen.
¿Qué pasa hoy? Todo lo contrario: se centra en la persona el ataque institucional; se generaliza; justos y pecadores en el mismo saco; dar un enfoque global a determinados puntos de vista, invita al prejuicio, contribuye a fomentar el odio; y donde hay odio, se deja de razonar. No todos los musulmanes son yihadistas, como en el momento de un grave atentado alguien puede suponer.
Es general en encuestas y en la propia opinión pública, se califica como mala, incluso muy mala, a nuestra clase política, cuando hay que reconocer que muchos de los que la forman intentan de la mejor forma posible servir al bien común, cubriendo vacíos que muchos otros no quieren ocupar. Constatamos hoy la existencia de dos sociedades frente a frente: la de un empresariado preparado, emprendedor, arriesgado y eficaz, generoso incluso en estos difíciles momentos, buena parte de él hecho a sí mismo y la de determinada dirigencia política obsesionada por el poder, impregnada de prejuicios y dogmatismos, cuando no de inexperiencia y escasos niveles de realismo, forma amigable de definir su falta de liderazgo. Y confunden las partes con el todo.
Todo un vicepresidente del Gobierno en sede parlamentaria atacaba a toda la Guardia Civil el pasado día 8: «No se puede permitir que un Cuerpo… realice un informe apoyado en páginas web de la extrema derecha». Confundía a la Institución con el informe redactado por un Capitán con apoyo de un Teniente Secretario, en funciones de policía judicial, obedeciendo órdenes de una Juez.
Por supuesto no es el único caso. Baltasar Garzón, cuyas «mañas» aún colean, manejando los hilos de la Fiscalía General y de algunos procesos en marcha, confundió el todo de la Justicia con parte de su estrella como juez. Flaco favor a la Institución que forma uno de los tres pilares fundamentales del Estado de Derecho.
Y no cejan quienes ven en la Monarquía un elemento a batir como Institución y de paso a España como patria común, apoyados en posibles errores personales, cuando ha dado suficientes pruebas de servicio a nuestra convivencia y de respeto a los poderes del Estado. Pretender remontarse a 1931 y a un nuevo Pacto de San Sebastián, sin querer recordar ni reconocer las trágicas consecuencias a que nos llevó aquel momento, es un error. Y no considerar las diferentes responsabilidades de la persona que la encarna señaladas en la «Constitución de la Monarquía Española» de 30 de junio de 1876, con la «Constitución Española» del 27 de diciembre de 1978, otro. El mero título ya señala la diferencia.
Me detengo – reconociendo, querido lector, cierta subjetividad– en una institución como son las Fuerzas Armadas. Sin abandonar sus misiones prioritarias, acaban de cerrar la «Operación Balmis» en amplio apoyo a todo lo que requiriesen tanto el Gobierno como las Comunidades Autónomas con motivo de la COVID-19. Nombre de la operación, homenaje a aquel médico militar rodado como cirujano en Argel con O´Reilly o en el sitio de Gibraltar en tiempos de Carlos III, destacado durante diez años en América con su Regimiento de Zamora, que supo ganarse la confianza de Carlos IV para organizar la expedición que vacunó a nuestros hermanos americanos y filipinos en una larga campaña de tres años.
Destaco algo de su importante trabajo de ahora: su discreción. Salvo algún nombre como el del JEMAD, poco más ha trascendido o se conoce sobre los responsables de la UME, de la dirección eficacísima del Hospital Gómez Ulla o de los Laboratorios de Farmacia. Ya decía Shakespeare que «la discreción es la mejor parte del valor».
Como testimonio y como reflexión ante el difícil momento presente, es buen ejemplo como forma de vertebrar nuestras instituciones.
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