Opinión

Pacto de San Sebastián (1930-2020)

Han pasado relativamente desapercibidos los 90 años que nos separan de aquel acuerdo tomado el domingo 17 de agosto de 1930 en la capital donostiarra –hotel Londres y sede de la Unión Republicana–bajo la presidencia de D. Fernando Sasiaín. Allí se habían concentrado Lerroux, Azaña, Marcelino Domingo, Angel Galarza, Matías Mallol, Jaime Aiguadé y Casares Quiroga con los antiguos ministros de la Monarquía, republicanos conversos, Alcalá Zamora y Miguel Maura. A título personal aparecería Indalecio Prieto y excusaría asistencia con una «entusiasta carta de adhesión» (1) Gregorio Marañón. A resaltar el carácter de unanimidad en los acuerdos, incluido el «reconocimiento de la personalidad catalana, en el marco del espíritu federalista que habría de seguirse por lo que respecta a otras regiones con personalidad definida como son las Vascongadas, Galicia etc, dentro de la unión perfecta de todas ellas» (1). De aquel pacto nació como recuerda Ramón Tamames (2) el programa del gobierno provisional que quedó virtualmente formado en la propia capital vascongada, en medio del bullicioso y aburguesado ambiente de su «semana grande». Constituido el Comité Revolucionario y su Comité Militar, se había diseñado el derribo de una Monarquía que insistentemente pregonaba la vuelta a la legalidad constitucional, pero incapaz de cumplir su promesa.

Tras la caída de Primo de Rivera el 28 de enero de 1930, Alfonso XIII había confiado el gobierno a dos militares políticamente nulos: el general Berenguer y el almirante Aznar que contaban con el peligroso apoyo de un Romanones reconvertido convenientemente como otra «víctima de la Dictadura».

No entraré a valorar un hecho suficientemente tratado por buenos historiadores, muchos de los cuales presentan a Cambó como la única solución al difícil momento. Pero este, como reitera en sus memorias (3) sufría una grave afección en forma de tumor maligno en su garganta, que le imposibilitaba para el duro ejercicio de la función pública.

Con estos necesariamente resumidos antecedentes, solo pretendo extraer, a modo de reflexión, diferencias y coincidencias de aquel crucial momento, con el actual.

-El Pacto de San Sebastián llegaba a los ocho meses de finalizada la dictadura de Primo de Rivera. Hoy, nos encontramos a 45 años de la muerte del general Franco.

-Hay un abismo entre las transiciones de entonces y la nuestra más reciente. La de 1930 iba a verse lastrada por uno de los defectos de la Restauración: la extrema mediocridad de los políticos, nulos para manejar una crisis seria como la económica de 1929. Entiendo no puede decirse lo mismo de la clase política que nos llevó en 1978 a una monarquía parlamentaria y a un amplio régimen de libertades y prosperidad que nunca habíamos conocido. Me duele pensar que hemos retrocedido a 1930 por la mediocridad con que nuestros políticos manejaron la crisis económica de 2008 y como lo hacen con la actual pandemia.

-Por supuesto las sociedades son diferentes. El nivel cultural actual no tiene nada que ver con el del comienzo del siglo XX, lo que no quiere decir que sigamos anclados en viejos tópicos; que prioricemos el instinto a la reflexión, el insulto al respeto, el «usted no sabe quién soy» a la modestia del que se considera parte y servidor de su sociedad.

-Campa la insolidaridad regional al servicio de egoísmos vestidos con el ropaje de los derechos históricos, incluso superior a la de 1930. En la reciente constitución del Parlamento vasco, su Diputación Permanente rechazó que los parlamentarios acatasen la Constitución y como es habitual se relegó la Bandera Nacional. No se daba entonces esta «anorexia simbólica» como la llama Fernando García-Mercadal.

-Y si significativa era la ausencia de un Gregorio Marañon, hoy podemos presentar una amplia nómina de pensadores de su categoría, aunque su testimonio se vea superado por el irreflexivo, aunque influyente, flash de las redes.

-Me detendré, por último, en algunos aspectos militares de aquel momento. Primo de Rivera, sin descartar determinados méritos, había dejado un Ejército dividido. Tras él, Alfonso XIII encomendó la recuperación de «la senda constitucional» a dos gobiernos presididos por militares, incapaces de prever y paliar la avalancha republicana que se les venía encima. La rebelión (4) estaba prevista para el 15 de diciembre de 1930: sus tres pies, Ejército, huelga general y rebelión en Cataluña, se vieron sorprendidos por el adelanto al 12 de una sublevación en Jaca dirigida por los capitanes Galán y García Hernández. Pero su fracaso, juicio sumarísimo y fusilamiento, los convirtió en los mártires que la revolución necesitaba. Los mandos del Ejército y la Marina –Carr lo denomina «pronunciamiento negativo»– asumirían el 14 de abril el cambio de régimen.

Difícil concebir hoy, una situación semejante. Pero no es malo reflexionar sobre aquel Pacto.

(1) «La Vanguardia» 19 agosto 1930.

(2) Ramón Tamames. Historia de España. Alfaguara VII.1973.

(3) Cambó. Memorias. Alianza Editorial. 1987.

(4) Raymond Carr. España 1808-1939. Ariel.