Opinión
USA: la recta final
Si lo más probable fuera seguro, los demócratas tendrían la presidencia y mucho más en el bolsillo. Su paladín, Biden, lleva meses con una ventaja de casi 8% en las encuestas nacionales de intención de voto y en torno a 4% en varios estados fluctuantes claves, que tienen una nutrida representación en el Colegio Electoral, pero que con ese margen parecen casi decididos.
A finales del pasado año, las perspectivas republicanas parecían mucho más halagüeñas, con los efectos positivos de las bajadas de impuestos y la liberalización de la actividad económica mediante el aligeramiento de las regulaciones, reduciendo el paro hasta lo que técnicamente significa suprimirlo, y con el fracaso del último intento demócrata de someter al presidente a un proceso de impeachment, por sus manejos en Ucrania, al tiempo que parecía que en el partido rival podía imponerse Sanders, de costosas inclinaciones socialistas, indigeribles para una buena mayoría del electorado americano, un candidato que Trump se prometía vulnerable a sus ataques. Esta deriva izquierdista fue atajada por los dirigentes del partido, promocionando al veterano Biden, tradicionalmente conciliador y centrista en términos demócratas, lo que el estado mayor de Trump no percibió como inquietante, dado los síntomas de la incipiente, pero manifiesta, senilidad por parte del veterano político.
Y entonces llegó la pandemia, los errores de Trump en el momento de encararla, el consiguiente golpe a la economía y para colmo, tras un criminal caso de brutalidad policial, el desencadenamiento de las vandálicas protestas. La prioridad absoluta de los demócratas fue explotar las nuevas oportunidades políticas al máximo, implacablemente. La opinión pública censuró la inicial actuación del presidente en la lucha contra el virus, aunque pronto hubo división de opiniones, la izquierda a favor de los encierros, costasen lo que costasen, echando el débito sobre las espaldas de presidente, el gobierno a favor de confinamientos más ligeros y cortos, tratando de salvar la economía todo lo posible. Las decisiones, en gran parte, han sido de los gobernadores de los estados, pero con el amplio control demócrata sobre los medios de comunicación, ni siquiera la enorme gravedad de la epidemia en Nueva York fue atribuida a su gobernador demócrata, mientras que todos los muertos recaían sobre Trump. ¿Fue posible ocultar a la opinión la barbarie de las movilizaciones supuestamente antirracistas y la lenidad, incluso amparo, con ellas, de gobernadores y alcaldes de izquierda? Pues, aunque parezca mentira, sí, tanto como nuestras televisiones preservaron a Sánchez y los suyos de sus culpas en la gestión de la pandemia. Sorprendente, pero en importantes aspectos hemos sabido, a este lado del charco, lo que estaban pasando en USA mejor que los americanos que bebían en la CNN y el NYTimes.
En ese entorno se han desarrollado las primarias y las campañas electorales. La prioridad demócrata ha sido, obviamente, un candidato que pudiera vencer a Trump. Fuera el izquierdista Sanders y venga el moderado Biden. Las numerosas y espectaculares pifias del viejo político, recogidas exhaustivamente en los inmisericordes videos protrumpistas, han sido exquisitamente silenciadas en los poderosos medios demócratas, mientras que un riguroso confinamiento del candidato, y un muy selectivo acceso a él de los periodistas de toda confianza, lo han puesto al resguardo, reduciendo casi a cero su exposición al temible peligro de los traspiés en una ruda y extenuante campaña tradicional.
Así se ha llegado a esa ventaja demócrata de cerca del 8%. Según una reciente encuesta, un 58% de los partidarios de Biden, más que a su favor están en contra del actual presidente. Sólo un 36% están satisfechos con el candidato de su partido. Éste tiene que evitar que se repita lo sucedido en las elecciones del 16: una parte de los entusiastas del programa radical de Sanders se quedaron en casa, echando a pique la victoria de Hillary Clinton de casi tres millones en votos populares, ahogada en su fracaso en el Colegio Electoral. Unos pocos votos más en tres estados habitualmente demócratas hubieran cambiado las tornas.
Ahora Biden es el candidato de la unión demócrata, siendo proclamado como tal en la Convención del partido de la pasada semana, así como el antiTrump, tanto en política como en personalidad. Unificador del partido y de la nación. El carácter virtual del acto –de nuevo el virus acude en socorro del partido– ha evitado los manejos, choques, resentimientos y visibilidad de las multitudinarias convenciones tradicionales.
La unión es precaria y se basa sobre equívocos. Biden es también el antiSanders, pero su campaña no ha hecho más que aproximarse, al menos de boquilla, al monumental y ruinoso programa transformativo del vejete pero ágil Sanders, muchos de cuyos fervientes entusiastas han declarado que no renuncian a nada, dando a entender que unidos sólo hasta el 3 de Noviembre, día de la votación.
El campo de Trump confía en que el entusiasmo entre los incondicionales del presidente es más alto que nunca, pero también hay muchos ¿cuántos? que votarán tapándose las narices. Se avergüenzan de la personalidad de presidente casi tanto como sus enemigos políticos, pero se estremecen ante el daño que puede hacerles la progresiva radicalización demócrata, la mala fe demostrada en los intentos de revertir la ajustada pero constitucional victoria y la falta de escrúpulos en los amaños electorales, manifiesta en el intento de convertir las elecciones presenciales en elecciones a distancia, en una fabulosa y más que vidriosa votación por correo, una vez más, so pretexto de pandemia.
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