Opinión

Sombras

No descubro nada si manifiesto que el Estado de Derecho, puede proyectar sombras. Fernando Muniesa, tras un purgatorio editorial de tres años, reflexiona en su libro «La cara oculta del Estado» sobre el tema.(1) Ya anticipa abiertamente que su enfoque «no incluye los indiscutibles éxitos que el aparato de inteligencia del Estado ha cosechado en no pocas ocasiones; de ello ya se encargan otros, con sobrada generosidad».
No van por ahí, sus tiros. Con pluma ágil, el hombre que conocí a través del excelente diputado canario Luis Mardones, desmonta el falso amparo de las supuestas «razones de estado» que permiten vulnerar la ley, tomando puntuales e interesadas justificaciones de Maquiavelo o de Richelieu. Si hace suya una máxima de Alexandre de Marenches que fue jefe de los servicios de inteligencia franceses: «Con mucha frecuencia estos servicios, pueden caer en la tentación de montar operaciones que la moral reprueba y la ley prohíbe. Pero están hechos para ello».
Con los pies en el suelo, Muniesa recorre la cronología de unos servicios que arrancan en el tardofranquismo –1972– hasta nuestros días, en un ciclo que cierra en febrero de este año, es decir antes de la pandemia. Gracias a esta fecha de cierre, libera al Gobierno de la dura crítica que merece haber autorizado al anterior director del CNI, Sanz Roldán –«encantador de serpientes» como le llama– a entrar en el núcleo dirigente de Iberdrola, la eléctrica que contrató a Villarejo para sus operaciones de «espionaje vaginal», poniendo en tela de juicio los estatuarios deberes de Reserva (Artº 38) y Abstención (Artº 40) obligatorios para todos los miembros del Centro que cesan. ¿Pagos aplazados? ¿No encontraron otra canonjía menos comprometida?
Asume el autor con conocimiento de causa que «obtener, analizar y filtrar información de gran valor para la toma de decisiones operativas, tácticas y estratégicas, tanto en el ámbito político como en el económico e incluso social, hace que a menudo planeen sobre su actividad intereses no legítimos». Y con ejemplos concretos pone de relieve la praxis de cada momento y la personalidad de sus máximos responsables. Todos , tanto políticos como los sucesivos Directores del Servicio –OCN, SECED, CESID y CNI– pasan por su análisis crítico, en algunos casos con dura vara de medir. Porque muchos de los relacionados con determinadas operaciones, como el asesinato de Carrero el 20-D, el 23-F, la lucha contra ETA , la guerra sucia del GAL, el 11-M, la Guerra de Iraq o el 1-O, han arrastrado crisis políticas, en algunos casos penas de prisión, separación del servicio o inhabilitación. También como siempre, en el río revuelto, otros obtuvieron beneficios políticos y económicos, algunos tan sustanciosos como la cesión de la compañía Marconi a Julián Sancristobal, los «arropados» en Repsol YPF o en el Consejo de Administración de Maxam Corp Holding S.L. propietaria de Explosivos Alaveses (EXPAL), lugar de cobijo de otros civiles y uniformados, llamémosles, listos.
No voy a «entrar» más en la obra, ciertamente audaz y documentada, que no dejará a nadie indiferente, e imagino que proscrita en ciertas bibliotecas oficiales. Pero personalmente la considero objetiva, porque he coincidido con muchos actores que han dirigido los servicios o han estado cerca de ellos, y conocido sus modos y maneras, no siempre limpias.
Al propio autor le preocupa buscar la verdad y asume sus riesgos. Los mismos que inquietaron a nuestro médico militar Santiago Ramón y Cajal: «la verdad es un ácido que salpica siempre al que lo maneja».
Coincido con el autor en la defensa de la inmensa mayoría de los miembros del Servicio, a algunos de los cuales defiende a capa y espada por su lealtad al Estado, no siempre coincidente con su lealtad al caprichoso poder político del momento. Algunos pagaron caras estas diferencias y errores, incluso con sus vidas. Pero son muchos los servidores anónimos, sacrificados que fueron y siguen siendo fieles al contraído compromiso de servicio a España. Y con razón denuncia Muniesa, que «las sucesivas reformas de los servicios de inteligencia se han hecho despreciando la opinión de este colectivo profesional afectado».
Conclusión de difícil concepción hoy, cuando el autor pregona unos servicios de inteligencia dirigidos con visión de Estado y no del Gobierno de turno. Fundamental para ello: el consenso de los partidos mayoritarios para la designación del responsable.
Siempre será difícil huir del interés por acceder al control de los Servicios de Inteligencia. Bono, no nombró a Alberto Saiz –el «forestal» en la Casa– solo porque sus esposas fuesen primas hermanas, sino por su conocida obsesión por controlar y husmear. Misma obsesión la de Pablo Iglesias, unida a su preocupación por borrar u ocultar parte de «su vida anterior».
Lección a retener: las sociedades maduras e inteligentes aprenden más de la crítica que del halago.
¡Bienvenida esta reflexión crítica!

(1)Ed. ACTAS. Jun.2020