Opinión
Messi visto por Bauman
«No solo tiembla el gobierno de Bartomeu», rezaba un reciente titular en referencia al caso Messi. Es que haber elevado a los altares a un equipo de fútbol con el apelativo de «mes que un club» apuntado por aquel Procurador en las Cortes franquistas Narcís de Carreras, tiene sus riesgos, especialmente cuando la religión se convierte en un compromiso político y social con derivas fanatizadas, casi sectarias. No se podía ser buen catalán, tanto si se venía de casta como si uno llegaba en busca de oportunidades o trabajo, sin ser «culé» convicto y confeso. Los indiscutibles méritos deportivos de sus equipos dieron consistencia al ideal nacionalista, que convirtió especialmente al Nou Camp en templo, tribuna, circo, donde con imagen y sonido se expandían por todo el mundo las reivindicaciones de libertad «de un pueblo sojuzgado», esteladas, el «Catalonia is not Spain» apoyadas en la obsesión por ser diferentes a los otros, mitad soberbia, mitad ignorancia. Si a muchos de los que vociferaban en el minuto 17.14 les hubieran encuestado sobre los contemporáneos tratados de Utrecht, los hubieran relacionado seguramente con la procedencia de su idolatrado Johan Cruyff. «Ejército desarmado» le llamó incluso Vázquez Montalbán, con todo lo que estas palabras conllevan. Allí encontró arropo Omnium Cultural para su «Concert de la Llibertad» y la ANC su concentración sobre su «Via Catalana hacia la Independencia».
El sistema se montó sobre la base de unos buenos jugadores, muchos procedentes de culturas diferentes, que priorizaron con lógica lo deportivo- por supuesto lo económico- a lo político, aunque se pretendió ganarles para la causa, incluso concediéndoles la Cruz de San Jorge. Sin darse cuenta de que este nacionalismo excluyente les ahogaba, mientras hubo salud deportiva, el sistema funcionó; pero constatada la enfermedad ante un consistente y eficaz Bayern, todo tambaleó. Y hoy, ante la posible salida de Messi, parece que todo el edificio se agrieta por falta de solidez, con peligro de arrastrar en su caída, cercano el 11 de Septiembre, a buena parte de la barriada. Lo digo con cierta tristeza, porque a las directivas del Barça que conocí, les debo reconocimiento y en su «Llotja», indiscutible centro de poder, encontré apoyos para proyectos culturales de la Capitanía General –reedición del Consulat de Mar, conciertos en el Palau de la Música, acceso a los fondos del Colegio de Matemáticas de Barcelona en Perelada– y fieles amigos que aún conservo.
Debería quedar mi reflexión en los límites de lo deportivo, pero entiendo que el caso no es aislado sino más propio del concepto de «modernidad líquida» que define Zygmunt Bauman (1925-2017): aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian, antes de que las formas de actuación se consoliden en sus instituciones, tanto en hábitos como en rutinas. En un ambiente «líquido» se hace difícil consolidar experiencias; justo cuando empezamos a acostumbrarnos a unos contextos, es cuando debemos fijarnos en nuevas realidades. La falta de solidez de las instituciones, crea este ambiente y sin base moral, no resisten. Expuesto el barco a temporales, con poca capacidad incluso para salvar compartimentos estancos sanos que aseguren su navegabilidad, es difícil seguir un rumbo que le lleve a puerto seguro.
Y cuando, buscando compartimentos sanos, –que los hay– pienso en nuestras instituciones, no tengo claro si muchos problemas actuales surgen de la falta de líderes o de nuestra incapacidad para elegirlos; si de una politización de la Justicia o de la judicialización de la Política, quebrada la frontera que separaba –y equilibraba– los tres poderes de Montesquieu. Siempre valoro que el Tribunal Supremo alemán esté en Karlsruhe, alejado de los centros de poder legislativo y ejecutivo de Berlín.
En nuestro día a día, inquieta la politización de una grave herida social como es la «okupación» que viola un principio constitucional, que puede llevarnos a una toma de la «justicia por su mano» a tiro limpio.
Cómo preocupa la costosa descoordinación entre el Gobierno central y los diecisiete Gobiernos autonómicos. Costosa no solo económicamente porque, en la gestión de la pandemia, hay muchas vidas de por medio. Copiamos a medias el modelo alemán, cuando no hemos sido capaces de consolidar un Senado integrador y solidario. Y no somos alemanes, ni tenemos líderes como en Alemania.
Vivimos en condiciones de incertidumbre constante: «vaciados –diría Bauman– los depósitos de experiencia y sentido común que son nuestras instituciones, tenemos que estar adoptando constantemente soluciones personales e individuales ante lo que se nos viene encima, que por norma general no son problemas personales, sino sociales y sistémicos». «Todo, –insiste– se convierte en una sucesión de nuevos comienzos, perdida nuestra capacidad de esperar, ante el actual culto a la satisfacción inmediata».
¿Aprenderemos con Messi, algunas lecciones que nos legó Bauman?
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