Opinión

Loyola

El barrio lleva el nombre de un Capitán de Infantería que cuando decidió dejar las armas para servir a Cristo, organizó su orden como una «compañía». En estos días en que los infantes conmemoran el milagro de Empel cuando otros del Tercio Francisco de Bobadilla, allá por 1585, encontraron en una tabla flamenca de la Inmaculada fuerza y valor para resistir, encaja perfectamente con el espíritu de Ignacio de Loyola, herido gravemente defendiendo Pamplona de un asedio francés. Magistralmente plasmó recientemente este espíritu Ennio Morricone, dedicando a aquellos sacrificados jesuitas de las «guerras guaraníes» la hondura, simplicidad y dulzura de un oboe, inspirado en pentagrama de oro. «Escuchándola, (1) da la impresión de que les estamos acompañando desde el Paraguay a Goa, pasando por el África subsahariana, Canadá, el Missisipi, Nagasaki y Pekín, lugares a los que los jesuitas llegaron a veces con poco más que este instrumento; eso sí, asociando heroísmo, preparación y excelencia».

En el entonces extrarradio donostiarra construyó el Ejército en los pasados años veinte un acuartelamiento a orillas del Urumea. Hoy alberga una de las unidades más señeras de nuestro Ejército: el Tercio Viejo de Sicilia. Si viviésemos en una nación sin traidores, lógicamente el histórico Regimiento que forma parte de la Brigada de alta disponibilidad San Marcial, se habría desplazado hace años a espacios más amplios y operativos. No se instruye en 20 hectáreas un batallón para desplegar en Afganistán. Pero ya entienden el porqué de su permanencia. Alberga servicios del Estado que no pueden desplegar con seguridad en otros entornos, sirve de base para refuerzos de la Guardia Civil o de la Policía e incluso de la UME. A esta situación se ha llegado. Pero pesa sobre todo el sacrificio de 17 militares –seis de ellos aun impunes– a manos de ETA como medida de presión para que el Ejército abandonase no solo estas instalaciones, sino el País Vasco. Sucesivamente asesinaron a dos Gobernadores Militares, Lorenzo González-Valles y Rafael Garrido, este junto a su mujer y una hija. Como «hazaña más distinguida» pueden apuntarse los ahora recauchutados y prepotentes etarras, el asesinato del Coronel Diego Fernández Montes, que con nueve hijos, a fin de reforzar el presupuesto familiar, salía cada día de su casa a las tres de la madrugada para preparar unos resúmenes de prensa para la delegación de Cultura.

No es extraño por tanto que salten las alarmas, cuando con nocturnidad y a «uña de caballo», como reconoció Aitor Esteban, por seis votos, se ceda el acuartelamiento a un partido como el PNV. Siempre al acecho, atento sin prisa a aprovechar las vísceras que dejan otros lobos e incluso la oportuna ciudadanía donostiarra de Iván Redondo.

Pero no entraré en un tema que, entiendo sabrá gestionar con calma Defensa. En un año no se cambia un Plan General, ni se recalifican terrenos en los que se atisba un pelotazo urbanístico del que también son maestros. Seguramente propondrán, en siguiente chantaje, que el Sicilia se ubique en Barranco Seco, allá por Gran Canaria. Por supuesto tras la misa dominical, nos regalarán «makilas» (2) para hacerse con los más sustanciosos contratos de la industria militar.

Me quedo con una frase que pronunció en septiembre de 1979 uno de los cinco hijos del general González- Vallés en un tenso entierro que presidió el Ministro Rodríguez Sahagún. Cuando el capellán castrense oficiante habló de «pedir a los gobernantes que tengan fuerza para poner el remedio adecuado, porque si no será precisa una operación quirúrgica», el joven supo matizar: «Mi padre no creía ni en penas de muerte, ni en venganzas ni en represalias».

En este espíritu crecimos nuestra generación.

Por esto me duele que, con la inconsistencia de un «chat», un insensato uniformado vuelva a hablarnos de fusilamientos, hecho hábilmente aprovechado como cortina de humo por manipuladores de cloacas, intentando ocultar la responsable reflexión de un grupo de militares retirados, sobre los que tengo suficiente constancia de su honestidad y ejemplo de vida dedicada al servicio de su sociedad.

Pero siempre asoma una luz. Dentro del ambiente de desasosiego e incertidumbre en que nos movemos, este puente festivo habrá servido para que muchos españoles nos adentremos en la vida –luces y sombras– de Rubalcaba como hombre de Estado, de la mano de una interpretación magistral de Antonio Caño (3), un hombre al que conocimos desplegando en Irak que se distinguió siempre –a diferencia de otro oficialista redactor de El País– por su objetividad y por no asociarnos al «no a la guerra» diseñado como arma de desgaste político. Conocer mejor a quien ha priorizado al Estado por encima del partido reconforta, tanto como no extraña que el actual Presidente del Gobierno no participe en este reconocimiento.

(1). CF. Federico Aznar. «Repensando el liderazgo estratégico». Ed. Silex.

(2). Bastón de mando. Regalo institucional.

(3). «Rubalcaba». Plaza Janes.