Opinión
Conocer para respetar
Quisiera comprender a Fernando Cancio cuando en estas mismas páginas define su «Adiós a 2020» como «el año en que los españoles conocieron a sus Fuerzas Armadas» (1). Ciertamente el período ha estado caracterizado más por misiones interiores, que por las exteriores, a pesar de que se han mantenido los anteriores despliegues: Sahel, Líbano, Djibuti, Países Bálticos. Iraq, etc. Mayor esfuerzo, eso sí, para los desplegados: relevos condicionados a confinamientos; días de mar rozando límites de seguridad personal; regresos forzados de misiones en la Antártida. Todo, se ha hecho compatible, sin presentar problemas a «estos españoles que conocieron a sus FAS en 2020».
No obstante, yo creo, que sí, que nos conocen. Especialmente unas generaciones que con el tiempo han reconocido el valor de su aportación a la sociedad, superando los inconvenientes que producía aquel Servicio Militar Obligatorio, incluidos los propios errores y carencias de la administración militar. Porque no son nuevas las nevadas, ni los incendios, las inundaciones o los terremotos. ¿Saben quién dio el callo en inundaciones de Valencia o del País Vasco; quién en las explosiones de Cádiz o Cartagena o en la «guerra olvidada» de Ifni y Sahara? Fueron aquellos buenos soldados de reemplazo, mandados como se sigue mandando hoy, con el ejemplo. Un veterano me dice : «los de hoy lo hacen de cine, pero entra en su sueldo; nosotros..»; otro me recuerda: «en un CIR se vacunaban 4.000 hombres en una mañana; ¿qué pasa ahora?». Le contesto que no es lo mismo. Y me rebota: ¿por qué sí lo es en Israel?
Recordaré siempre, por sus diversas aristas, una nevada que paralizó los accesos a Barcelona en diciembre de 2001, estando al frente de aquella Capitanía General. Unos 250 camiones estaban bloqueados en los túneles del Bruch. Los servicios de emergencia no veían otra solución que el uso de medios del Ejército dotados de cadenas, con buena capacidad de tracción. Disponíamos de estos medios, (Transportes Orugas Acorazados, TOA,s) en la base de San Clemente Sasebas, al norte de la región. Pero necesitábamos el siempre delicado tema de los permisos, condicionados a políticas de corto alcance. Al final prevaleció la preocupación por los camioneros retenidos, aunque la decisión llegase con retraso, bien entrada la madrugada. Cuando cursé la orden de actuar, preocupado por las tres o cuatro horas de desplazamiento, un buen jefe, ejemplo de disciplina intelectual, me adelantó: «soy catalán; sabía que al final la Generalitat pediría apoyo superando la enfermiza prevención de sacar los “tanques a la calle”; me la he jugado; ya estamos en Igualada». Al día siguiente «La Vanguardia» (2) dedicaba una gran foto que cubría su portada con un TOA llevado por uno de aquellos soldados de reemplazo arrastrando un pesado camión. Me pregunto si ahora también ha habido miedo de sacar «los tanques» que son grandes desbloqueadores por la capacidad tractora de sus cadenas y la potencia de sus motores.
Curiosa esta revalorización de la opinión sobre las Fuerzas Armadas, cuando a lo largo de estas últimas décadas se ha jugado a todo lo contrario: parecía que todo lo que oliese a milicia o a disciplina debía extirparse: se cerraron aquellos magníficos Institutos de Formación Profesional (IPE,s) que formaban desde edades jóvenes a excelentes especialistas, con la excusa de que reclutábamos «niños soldado»; se cerraron las Maestranzas centros de formación y aprendizaje; colegios mayores…
Y si la UME, indiscutible instrumento de nuestra seguridad, hermana aventajada de las unidades de «Sapeurs Pompiers» que mantiene Francia desde Napoleón III, se ha ganado su prestigio, es porque cubriendo carencias de otras administraciones, actúa de punta de lanza con el respaldo de todas las Fuerzas Armadas, lo que le permite modular sus apoyos, como se ha visto en las operaciones «Balmis» y «Baluarte». ¿Qué las distingue a todas? Pues, quizás aquel «hacer las cosas comunes de manera no común», fruto indiscutible de la vocación, el espíritu de servicio, el sentido de la responsabilidad.
También a modo de balance del año 2020 archivando estas tribunas, he intentado revalorizar este espíritu: desde el de un Almirante y 227 marinos que llevaban encerrados tres meses en el breve espacio de una fragata allá por el Cuerno de África, solo añadía sonriendo: «el gran valor es el de la marinería; ni una queja»; o el de la Brigada de UNIFIL en El Líbano a la que prolongaron sus largos ocho meses de misión para dar tiempo a cuarentenas; o a aquella asociación de veteranos de la Comandancia General de Melilla –«Hijos de Chafarinas»– que custodian su cementerio con 183 tumbas españolas; o aquel buen teniente que manda uno de aquellos Peñones, y me dice ser consciente de que defiende la frontera más meridional de España.
Si al conocernos nos respetamos, ganamos todos.
(1) La Razón. 31 diciembre 2020
(2) La Vanguardia. 17 diciembre 2001
Luis Alejandre es general (R)
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