Política

Maduros e inmaduros

El nuevo gobierno italiano aporta confianza, seguridad jurídica, estabilidad, inversión y recuperación

Intento seguir la situación política de Italia tras la formación de su gobierno de concentración, comparando su tránsito político no exento de dificultades como el rebrote de la pandemia, con nuestra propia evolución. ¡Tanta historia común: cultura, formas de vida, arte, música, religión, vicios y virtudes, «calcio» y «liga», norte y sur, Mediterráneo, turismo, migraciones, terrorismo interno, corrupción!

Y aunque no lo aireen, también salen de una guerra civil que dividió a aquella Italia fascista de finales de los 30 que junto a Alemania a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, firmó en 1940 el Pacto Tripartito Berlín-Roma-Tokio, con aquella que en septiembre de 1943 se convertiría en «consolidada» democracia, tras el desembarco de los ejércitos aliados en sus playas. Siempre han encontrado a un patrón hábil para dar los oportunos golpes de timón. De la mano de gobernantes como De Gásperi, supieron tras la Guerra acceder al Plan Marshall, aliarse con las potencias vencedoras, crear la incipiente Europa y tener sus cotas de protagonismo en la esfera internacional. Para nada les interesaba recordar las campañas de Abisinia o de Grecia ni las multitudinarias manifestaciones de apoyo a Mussolini.

No ha sido fácil su tránsito democrático desde entonces. Los cambios de Gobierno –67– han sido continuos, incluyendo gobiernos de concentración –Romano Prodi, Mario Monti– en tiempos de crisis económicas. Si el país ha funcionado es porque tiene una clase empresarial brillante y porque los cambios ministeriales no afectaban normalmente a la totalidad de su funcionariado, manteniendo a partir de Direcciones Generales a técnicos de carrera que aseguraban la estabilidad del sistema.

Ante la última crisis, su clase política y empresarial ha sido capaz de analizar la grave situación y sabido diseñar el instrumento adecuado. Yo diría que se trata de una generación madura. Un lector amigo me advierte: «todos los ministros peinan canas.» Han entendido que si se trata de paliar una grave crisis económica y esta vez –como el Plan Marshall de 1945– aparece Europa como la única capaz de ayudar a superarla, era prioritario adecuar la dirección a un prestigioso europeísta como Mario Draghi, capaz de integrar y dirigir a un grupo de empresarios y técnicos, junto a representantes de seis partidos políticos.

No. No lo tiene fácil Draghi. Su primer mensaje ya apelaba a una obligada unidad. ¡Responsabilidad de una clase dirigente consciente de lo que representan 209.000 millones de euros para la economía italiana!. El nuevo gobierno aporta confianza, seguridad jurídica, estabilidad, inversión, recuperación. Con un nuevo estilo de comunicación, prescinde de grandes declaraciones e incursiones poco meditadas en las redes sociales como en los anteriores gobiernos de Conte y Renzi. Buscan hablar más con los hechos que con las palabras. Un dicho popular italiano podría sintetizar su política: «dove l´oro parla, ogni lingua tace» (donde el oro habla, todos callan).

Otro de mis amigos lectores no coincide con mi frecuente apelación a la solución italiana. Ciertamente los gobiernos de concentración no forman parte de nuestra cultura. Y cuando en 1981, en momentos también difíciles se diseñó uno, acabó como el rosario de la aurora.

Pero me quejo de que nuestra clase política renunciando a ideologías y derechos, no sea capaz de ceder parte de sus intereses para concentrarse en un objetivo común como es el de sacar a España de una grave situación económica con negativas influencias en unas generaciones jóvenes que pueden perder lo más valioso de sus vidas: ilusión; cultura del esfuerzo; valores; confianza en el futuro. Decía recientemente el historiador alemán Philipp Blom: «cuando se erosiona la percepción de la realidad; cuando cae la confianza, llega la frustración; lo que veo no es tanto un riesgo de dictadura, sino la teatralización de la democracia; que se convierta en fachada; que tengamos un escenario funcionalmente parecido a una democracia, pero en la que el libreto sea cada vez más vago y vacío». Aquí la madurez se mira en el espejo de un modelo que en Venezuela ha causado verdaderos estragos, cuando lo que vivimos es una clara muestra de inmadurez, que habría que buscar en políticas de enseñanza que se desbarataron en las últimas décadas, incluidas irresponsablemente en las campañas de alternativos pulsos políticos.

Cuando pregunté a otro amigo, si encontraríamos a un Draghi en España, me propuso el perfil del Gobernador del Banco de España Pablo Hernández de Cos. Indago en su pensamiento y me reencuentro con la solución italiana: «Sorprende la falta de consenso político en este drama; en Italia han sabido aglutinar un consenso sobre un programa económico sensato y ambicioso; un uso adecuado de las ayudas europeas será crucial para la recuperación económica».

¿Con que nos enfrentamos aquí? Mociones de censura; inestabilidades, inseguridades jurídicas, pulsos, traiciones, esfuerzos inútiles, descrédito. Inmadurez de una clase política.