Birmania

Punk contra los generales en Birmania

Cuando apenas quedan en el mundo occidental, en Birmania florece el punk y su arquetipo como cauce del descontento

Entre pagodas doradas, delicados ritos budistas y la ancestral compasión del sureste asiático, se yerguen las crestas de colores flúor, pendientes y tachuelas. Cuando apenas quedan en el mundo occidental, en Birmania florece el punk y su arquetipo como cauce del descontento. Tras la detención de Aung San Suu Kyi el día que debía formarse el nuevo parlamento del país, se iniciaron las protestas de diversos colectivos que se oponen al pronunciamiento militar, entre ellos, el levantamiento de la escena punk-rock local, tan activa y numerosa, que haría enorgullecer a Joe Strummer. Aunque, bien pensado, quizá de saber de su existencia al icono de los Clash le daría por publicar un cuádruple álbum lleno de gongs y rezos en templos titulado «Karma hits back» y preferimos recordarle con sus trabajos de gloria. Sin embargo, después de casi 50 años de duro gobierno militar, la apertura al exterior durante la década pasada se tradujo en el surgimiento de bandas de metal, punk y hasta death metal en el caldo de cultivo de un país que sigue entre los 20 más pobres del mundo, según Naciones Unidas.

De la credibilidad de esta escena dan buena prueba documentales como «My Bhudda is a Punk» (Andreas Hartmann, 2015) o «Yangon Calling» (Carsten Piefke, Alexander Dluzak, 2013), que cuentan la insólita combinación de valores orientales y nihilismo occidental. Algo así como enfadarse mucho pero predicar la paz al mismo tiempo. Así, los punks del país han lanzado programas de unidad y solidaridad como «Foods not Bombs», que sirvan de oposición a la junta militar con valores positivos, sin abandonar el pacifismo. Pero, por encima de todo, el punk birmano es una curiosa combinación de elementos que buscan normalidad en un país que no la conoce. Así, han adaptado como saludo el levantamiento de los tres dedos centrales de la mano, tomado de la película «Los juegos del hambre». Incluso los propios nombres de los grupos como Rebel Riot o sus letras tienen algo de ingenuo o redundante, pero sedujeron al legendario Henry Rollins cuando acudió al país hace algunos años e impartió unas lecciones de resiliencia y aseguró que los punks de Estados Unidos y de Gran Bretaña se enfrentaron a «una broma» en comparación a los enemigos de los punks del sureste asiático: «Los que cuestionan el sistema en Birmania y en Rusia se están jugando realmente la vida. Lo que nosotros vivimos en nuestros entornos no está ni remotamente cercano a la represión que vi allí, donde pueden matarte por simplemente tener una opinión». Hey, ho, Birmania.