Estados Unidos
Bienvenido, Mr. Biden
El presidente de EE UU está de gira por Europa para ganar aliados en su rivalidad con China y garantizar la hegemonía del modelo occidental
El hecho de que la primera gira internacional del presidente norteamericano, Joe Biden, haya sido a Europa tiene una fuerte carga simbólica. El «tour» ha estado cuidadosamente planeado. Primero parada en Reino Unido para renovar la «relación especial» con Londres y dar, también, un tirón de orejas a Boris Johnson por «inflamar la tensión» con la UE en Irlanda del Norte. Biden es de origen irlandés y siempre se tomó muy en serio el trastorno que el Brexit pudiera causar en los Acuerdos de Paz del Viernes Santo. El enfrentamiento de Johnson con los Veintisiete ensombreció la puesta de largo del primer ministro como gran líder internacional tras la salida de la UE. La cumbre del G-7 en Reino Unido ha sido la primera gran cita presencial de los dirigentes internacionales en medio de la pandemia. En Cornualles, Biden ha tratado de impulsar un plan para fomentar el crecimiento de los países en vías de desarrollo y plantear, de ese modo, una «alternativa de alto nivel» a la Ruta de la Seda desplegada por China.
Johnson invitó a la UE, India, Australia y Corea del Sur a participar en la reunión de las grandes potencias industrializadas para poner los mimbres del «D-10». La asociación de las grandes democracias del mundo por la que Biden suspira y que tendría como objetivo contrarrestar la influencia de los regímenes autoritarios en la escena global. En una carta publicada por «The Washington Post», previa a su gira por Europa, decía que el viaje «destacará el compromiso de Estados Unidos para restaurar nuestras alianzas, revitalizar la relación transatlántica y trabajar en estrecha colaboración con nuestros aliados para abordar los desafíos globales». Biden quiere que sean las democracias y no China «quienes escriban las reglas del siglo XXI en torno al comercio y a la tecnología». Para ello el Congreso de EE UU ha autorizado un paquete de 250.000 millones de dólares destinados a la carrera por la innovación. Tras el G-7, Biden asistirá este lunes a la cumbre de la OTAN en Bruselas.
A diferencia de la Administración Trump, el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, ha advertido de que no sólo se recordará a los aliados el desembolso del 2% del PIB en Defensa, sino que también se insistirá en la participación de «maniobras y operaciones». Biden, además, busca “natoizar” su política china. El documento estratégico que recoge la razón de ser de la Alianza no se ha actualizado en la última década. Los líderes encomendarán a Jens Stoltenberg que redacte una nueva versión. La idea es que refleje una flexibilización de la OTAN que aborde nuevos desafíos como el cambio climático, la ciberseguridad y, sobre todo, el ascenso chino. El noruego reconoció recientemente que uno de los grandes temores de los aliados es que un país que no comparte nuestros valores avance en territorios tan delicados como la inteligencia artificial. Para Biden la gran amenaza geoestratégica de nuestro tiempo la encarna China. Y necesita socios.
El líder demócrata mantendrá varios encuentros bilaterales entre los que se producirá el esperado contacto con nuestro presidente Pedro Sánchez, tras cuatro meses y medio sin descolgar el teléfono. Un fracaso, sin duda, de nuestra diplomacia. La atención, no obstante, se concentrará en la reunión que mantenga el demócrata con el díscolo presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Turquía es un país clave en la «Ruta de la Seda». Convencer a Ankara de la amenaza china requerirá de mucha diplomacia.Después de la cumbre de la OTAN hará lo propio con la UE. Estas visitas servirán para escenificar la vuelta de EE UU a los cauces de la diplomacia tradicional y al multilateralismo, pero, esta vez, es un multilateralismo tuneado por el «America First». Como explica Philippe Gélie en «Le Figaro», Biden prometió llevar a cabo una diplomacia en beneficio de la clase media norteamericana, recogiendo, de este modo, las lecciones de Donald Trump. Eso implica conectar las decisiones de la política exterior con los intereses y las necesidades internas. Tras esta sobredosis de aliados, la gira de ocho días del presidente americano concluirá con el cara a cara entre el presidente americano y su homólogo ruso, Vladimir Putin.
El encuentro se produce en un punto álgido de la política agresiva del Kremlin dentro y fuera de sus fronteras. Dentro con la encarcelación de Alexei Navalni; fuera con el despliegue de tropas en la frontera con Ucrania, el auxilio (y, ¿ próxima anexión?) al régimen represivo de Alexander Lukashenko, o las interferencias en los procesos electorales a uno y otro lado del Atlántico. El vis a vis viene, además, precedido por la sugerencia de Biden de que Putin es un asesino.
La gran apuesta
Pero por encima de estas tensiones la Administración demócrata cree que Rusia actúa como un «bully», pero representa una amenaza manejable. Prueba de ello es la reciente luz verde que ha dado al NordStream2. El megagaseoducto casi terminado que conectará Rusia con Alemania sale adelante a pesar de las advertencias de que el proyecto aumentará la dependencia energética de los europeos de Moscú. La canciller Angela Merkel ha defendido el gaseoducto a ultranza, incluso en los momentos más complicados de la relación con el Kremlin. Parece que ha convencido a los americanos de que la interdependencia es el mejor seguro para contener al oso ruso. Biden, además, prefiere elegir las batallas (no se pueden ganar todas) y centrarse en China. El presidente que ha dedicado su carrera a la política exterior está convencido de que la hegemonía del modelo occidental se juega en el tablero asiático. Y necesita a los peones europeos.
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