España

La ingenuidad española

Somos ingenuos cuando asumimos con resignación que se cuestione nuestro marco legal, cuando tenemos una de las Constituciones más protectoras de los derechos humanos

Luis Feliu

Alberto Gil Ibáñez, escritor, doctor en derecho y en ciencias de las religiones, publicó un ensayo titulado «La ingenuidad nacional, verdadera gripe española». La llamada «gripe española», en realidad nunca fue tal, pues había sido exportada desde los Estados Unidos y llegó a España vía Francia durante la I Guerra Mundial. Causó decenas de millones de muertos en Europa y los EEUU, pero apenas unas decenas de miles en España. La censura de los medios de comunicación en las naciones en guerra dejó a los medios españoles como los únicos que informaban, sin censura, sobre la gripe y por esa razón parece que solo se sufría en nuestro país. Es el único caso en la Historia de una pandemia con gentilicio nacional.

Esa actitud inexplicable nos acompaña desde hace siglos, cuando nos creímos, y nos seguimos creyendo, la «falsa» leyenda inventada por los enemigos tradicionales del Imperio Español, para acabar con el lugar preeminente que tuvo España durante más de dos siglos y de paso ocultar sus propias vergüenzas. Lo extraño, y casi inexplicable, es que esa ingenuidad está actualmente más viva que nunca. Seguimos creyendo, sin hacernos preguntas, la historia contada por los de fuera, por los que utilizaron ya en el siglo XVI las «falsas noticias», para debilitar al Imperio Español, ya que no podían por otros medios políticos o militares. Seguimos pensando con ingenuidad que la mayoría de historiadores, hispanistas se llaman, británicos, norteamericanos o franceses, han relatado la historia de España con objetividad. En esto somos un caso único en Europa, dejamos que otros escriban nuestra Historia.

Somos ingenuos cuando aceptamos, sin discusión, que nos tachen injustamente de genocidas precisamente por los países autores de los mayores genocidios silenciados por la Historia, naturalmente contada por ellos. En efecto, los que acabaron con el 95% de indígenas en Canadá, con el 90% de aborígenes en Australia o casi el 100% en Tasmania. Los que casi acaban con los indígenas del norte de América y se atreven a derrumbar estatuas de Colón o de Fray Junípero Serra, gran defensor de los indios.

Solamente hay que echar un vistazo etnodemográfico para ver qué sucede en lo que fue la América española y lo que es la América anglosajona para comprobar dónde se respetó a los indígenas. En los virreinatos españoles de América había leyes que respetaban los derechos de los indios convertidos, en España se discutía en las famosas controversias en la Universidad de Salamanca sobre el derecho de conquista y su legitimidad. ¿Qué otro país ha hecho cosa semejante? Carlos I mandó detener la expansión española por unos años hasta tener clara su legitimidad.

Después de la gramática española, la de Nebrija, publicada en el siglo XV, aparecieron otras dos gramáticas en lengua indígena quechua y náhuatl, mucho antes de que se publicaran la primera gramática inglesa o alemana. Sin embargo, seguimos aceptando que se nos insulte con esa acusación de genocidio sin fundamento, y lo que es peor lo hacen actuales indígenas o descendientes del mestizaje, característica única en la historia de las civilizaciones, que solo ocurrió en Hispano-América. El 80% de la población de las naciones independizadas de España en América es nativa o mestiza. En los EEUU y Canadá sólo se acerca al 8%.

Somos ingenuos cuando asumimos con resignación que se cuestione nuestro marco legal, cuando tenemos una de las Constituciones más protectoras de los derechos humanos y una de las pocas que reconoce expresamente (art. 10.2) la Declaración Universal de Derechos Humanos o a la Convención Europea como baremo interpretativo. Como prueba de lo injusto del cuestionamiento citado, en el año 2017 España sólo recibió 6 condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente a las 10 de la «ejemplar» Suiza, 12 de Francia, 16 de Alemania o 31 de Italia.

Somos ingenuos si cuestionamos la legitimidad de nuestra Constitución por haber sido aprobada por una generación ya entrada en canas. Como decía Gustavo Bueno, una cosa es el pueblo, conjunto de ciudadanos que viven sobre un territorio en un momento dado y otra la nación, que incluiría no solo a los vivos, sino a los antepasados de estos y a los ciudadanos por venir. El pasado, el presente y el futuro es la nación. Por eso es tan importante la Historia sin manipulación.

Es por ello que los vivos deben actuar no solo en interés propio (siempre coyuntural) sino con respeto a la herencia de sus antepasados (gracias a los cuales están aquí) y con responsabilidad parar garantizar el futuro de las próximas generaciones (dejarles una nación mejor donde vivir). Pues bien, la generación que votó la Constitución no se dejó llevar por la tentación del «tempus fugit» sino que supo alumbrar un texto que tuviera vocación de servir «in omnes tempus», naturalmente manteniendo el espíritu original que formaba la nación. Seamos realistas ingeniosos y no idealistas ingenuos.

Luis Feliu Bernárdez, de la Academia de las Ciencias y las Artes Militares