Política

Marxismo gubernamental

Los comunistas siguen sacando rédito a las palabras de su gurú

Nadie duda de la importancia histórica de un panfleto como El Manifiesto comunista. Sigue siendo un gran texto, de una energía soberbia, que despliega una lógica en apariencia irrefutable y convenció a mucha gente durante mucho tiempo. Incluso hoy, en el gobierno de una Monarquía parlamentaria, hay quien se deja seducir por el encanto de un texto tan rotundo, tan directo y tan brutal.

Seducir –digo– en un sentido profundo, que no es el del interés por un texto fundamental en la historia de la política y de la humanidad, ni tampoco el de la admiración, al parecer rendida, por la extrema violencia retórica y estilística que se despliega en sus escasas páginas. Seducir quiere decir que todavía hay personas que creen que la profecía de Marx y Engels sigue vigente y que se postulan como candidatos para cumplirla. En otras palabras, van a ser Yolanda Díaz, autora de un nuevo prólogo al famoso panfleto, sus colegas de Izquierda Unida, con los podemitas y algún socialista, los que nos van a traer el comunismo.

Lo malo es que la propuesta política que entrañaba la profecía de Marx y Engels se cumplió, con el resultado que sabemos. No es por tanto una posibilidad por explorar, ni una alternativa inédita, ni un hermoso, variado y melifluo camino por recorrer. Se puso en práctica en la URSS, en su imperio, en China, y hoy en día continúa vigente en Cuba y en Corea del Norte. Aunque a la izquierda española le cueste reconocerlo, el experimento está hecho. Que el análisis sociológico resultara relevante y que como instrumento crítico el marxismo haya cobrado una nueva vida desde los años 70, trasplantado a áreas con las que ni Marx ni Engels soñaron, no significa que la doctrina comunista, tal como va expuesta en el «Manifiesto», siga viva.

Afirmarlo, en cambio, dice mucho de quien reivindica su contenido. En su momento, el «Manifiesto» significó la sacralización de la Historia como jamás se había hecho. Nada más perfectamente dogmático, por irreal, que la fe en un paraíso en la tierra, que es lo que dicen proponer Marx y Engels. Bien es verdad que antes viene el paso, muy técnico y muy preciso, llamado dictadura del proletariado. Yolanda Díaz, que remite a una entrevista de Althusser, parece no creerlo, pero lo único racional de la propuesta política del «Manifiesto» es esa forma de tiranía: el comunismo nunca salió de ahí.

El resto, lo del mundo feliz o sin alienar, donde el Estado ha desaparecido y los seres humanos brincan y se solazan juntos (estoy por escribir juntos desnudos) es la creencia más absurda que se ha formulado nunca. No es del orden de lo religioso. Es del orden de la pura superstición. Las circunstancias en las que aquel delirio cobró verosimilitud fueron muy complejas, pero muy concretas. Hoy en día, resucitar aquella creencia está fuera de lugar, al menos en la dimensión que llegó a alcanzar. No así en algunos círculos académico-políticos. El capitalismo acabó con el proletariado, pero los comunistas, que fingen no haberse dado cuenta, siguen sacando rédito a las palabras de su gurú.