Política

La Diada y el declive del independentismo

El apoyo a la independencia retrocede, pero no es una consecuencia de la actitud del Gobierno de Sánchez, sino del cansancio ante un objetivo que no pueden conseguir

Un año más se celebró la cansina y manipulada manifestación de la Diada del 11 de septiembre convocada por la ANC, Omnium y la Asociación de Municipios por la Independencia. Como catalán nunca me he sentido concernido por esta fecha. No solo en los últimos años sino siempre, porque es la consagración de una mentira histórica y la exaltación de un patriotismo que nos divide. Me siento muy catalán, como toda mi familia, pero ser catalán es mi forma de ser español. Las únicas manifestaciones a las que he asistido, siempre pienso que un periodista no tiene que hacerlo aunque se comparta lo que se reivindica, fue cuando era estudiante y se pedía «Llibertat, amnistía i Estatut d’Autonomía». Lo hice, también, tras el brutal asesinato de Miguel Ángel Blanco. Hay demasiados periodistas catalanes que les gusta situarse en el frentismo independentista y olvidar que deberían ser imparciales en el ejercicio de la profesión. Es uno de los males que aquejan a mi tierra.

La manifestación transcurrió bajo el lema de «Luchemos y ganemos la independencia» tras el desastre de la ampliación del aeropuerto de El Prat y a pocos días de la mesa de diálogo, que es una concesión a los independentistas, como también lo fueron los indultos aunque es verdad que sirvieron para lograr una cierta desescalada en el conflicto. Hay que partir de la base de que cualquier concesión fortalece a los que odian a España y quieren destruirla, porque piensan que es una debilidad y la aprovechan en su beneficio. Un aspecto positivo es la profunda división, algo endémico, que sufren estas formaciones. No hay que sorprenderse porque una parte importante de la sociedad catalana siga ensimismada persiguiendo una distopía imposible de conseguir.

Desde hace décadas, demasiadas, los diferentes gobiernos han ido haciendo concesiones a la Generalitat que han sido utilizadas para ampliar la base social de la secesión. La educación, en todos sus ámbitos, ha sido el frente principal de esa ofensiva acompañada, por supuesto, por el férreo control de los medios de comunicación públicos que se han convertido en meros instrumentos de propaganda. Los recursos públicos han servido para comprar voluntades y muchos empresarios han comprobado los beneficios de la generosidad del gobierno catalán. Ha sido un proceso muy largo en el tiempo y hay que reconocer su eficacia. Es verdad que el independentismo está muy dividido y que las discrepancias sobre la mesa de diálogo son profundas. ERC y JxCat compiten por el liderazgo del independentismo. Los primeros se han instalado en el posibilismo, lo que no significa que renuncien a la autodeterminación, mientras que los otros prefieren la confrontación y repetir la declaración unilateral.

ERC sabe que necesita ampliar la base social y el apoyo al referéndum. El problema es que los independentistas controlan las instituciones catalanas, que las ponen al servicio de sus intereses partidistas, y no hacen otra cosa que profundizar en la división. No hay que olvidar que el término «diálogo» significa una vía para conseguir un referéndum de autodeterminación que contaría con recursos multimillonarios y el poder propagandístico del aparato público de medios de comunicación, pero también muchos privados que se ven regados con los millones de la Generalitat, las diputaciones y los ayuntamientos. Nunca sería un proceso neutral. Es una pieza fundamental dentro del camino a la independencia. Hace décadas que existe un gran pesebre, a costa de los presupuestos autonómicos, que permite que algunas empresas, asociaciones y centenares de miles de personas vivan muy bien bajo el paraguas independentista.

Otro grave problema es la actitud de los socialistas que sueñan con regresar al gobierno catalán. Es una estrategia meramente tactista, algo que ha sido una constante, porque esperan lograr una alianza con ERC que sirva para diluir el proceso. Esto pasa porque la mesa de diálogo acabe en un punto muerto gracias a los enfrentamientos entre ERC y JxCat, las presiones de las asociaciones radicales y el comportamiento antisistema de las Cup. Por su parte, la actitud de Ada Colau, siempre más cerca del independentismo que del constitucionalismo, hace que sea una eficaz aliada de los que buscan la secesión. El error del PSOE es pensar que el diálogo llegará a buen puerto y las inversiones, las cesiones y los gestos son el camino para la definitiva distensión. Esto nunca será posible si no se actúa con firmeza. Estoy de acuerdo con las inversiones, son buenas para Cataluña pero sobre todo para España siempre que exista igualdad con el resto de autonomías, los gestos son positivos, y la firmeza en la defensa del ordenamiento constitucional y estatutario es fundamental. Es verdad que el apoyo a la independencia retrocede, pero no es una consecuencia de la actitud del Gobierno de Sánchez, sino del cansancio ante un objetivo que no pueden conseguir.

Estamos ante un proceso que necesita tiempo y, sobre todo, ideas claras. No es algo que se pueda resolver en lo que queda de legislatura, sino que se tiene que actuar de forma profunda y continuada para revertir el adoctrinamiento que hemos sufrido durante más de cuarenta años. Es una batalla que no está perdida y que se puede ganar de una forma clara y contundente. El tiempo juega a favor de lograr una Cataluña felizmente integrada en España, porque siempre ha sido una parte sustancial de ella, sin que se tengan que hacer cesiones que solo harían que allanar el camino a la independencia y la división irreversible de la sociedad. La Diada ha demostrado, una vez más, que es una celebración que solo sirve para dividirnos. Los catalanes necesitamos una fecha que nos una a todos.