ETA

Ha estallado la paz

La independencia de momento fracasó. Pero la segunda fuerza política del País Vasco la lleva cosida al programa

Ha estallado la paz y no lo sabíamos. Ha llegado la paz, zas, y nosotros sin enterarnos, sobre todo después de pasear por Mondragón, confraternizar con sus buenas gentes y comprender lo que puede pasarle a cualquiera con la audacia suficiente y la escasa consideración por su propia supervivencia necesaria para mostrar en la solapa, no sé, una bandera constitucional. Ha arrasado la paz, ha triunfado la paz, y en redes sociales, paraíso de la tolerancia, algunas almas caritativas se acercan a explicar que Eta fue derrotada y que ya está bien de lamentar el estado de las cosas.

Otros cortan en directo al director de cine Jon Viar cuando intenta explicar que, vaya, no todas las ideas son buenas, nobles o sagradas. No todas merecen asimilarse o defenderse. O que los asesinos asesinaron animados por el delirio étnico. Por un racismo en vena todavía vivo y mil veces vivo por las calles, palacios, aulas, platós, redacciones, restaurantes, sacristías y bares de una tierra yerma. «No sólo hay que condenar los crímenes», dijo el cineasta, «sino también aquello por lo que mataron, que era un delirio de pureza, identitario, racista, de gente que cree que tiene derecho a decidir si pone una frontera étnica, y en el fondo no deja de ser heredero del pensamiento de Sabino Arana, que es un delirio». De paso afeó la obsesión mediática por las opiniones de los antiguos delincuentes al tiempo que se ningunea a las víctimas y a los resistentes. Fue notable el desasosiego del presentador que lo entrevistaba. Iñaki López, en efecto, no parecía cómodo con un discurso, el del autor de Traidores, que destroza el tibio, acolchado y autocomplaciente ecosistema político donde muchos siguen plácidamente instalados, felices de convivir y lucrarse con la xenófoba podredumbre de unas ideas impresentables, o sea, nacionalistas, o bien cobardes espectadores de una operación de limpieza étnica y cultural que no tiene parangón en la historia reciente de Europa.

El problema no es el destino de 200 delincuentes, sino el triunfo sin oposición ni paliativos de un proyecto ideológico cavernícola. No ya la excarcelación de 200 violadores o pederastas, que también, sino el espectáculo de una sociedad que normalizó la defensa de la violación o la pederastia y los homenajes a los violadores y pederastas. Una que asume como digno y decente un programa político basado en la segregación racial y/o en el triunfo del «blut und boden» (sangre y tierra). La independencia de momento fracasó. Pero la segunda fuerza política del País Vasco la lleva cosida al programa y la primera, el PNV, hijo de un protonazi, nunca le hizo ascos, aunque había asumido que resultaba mucho más inteligente y lucrativo mantener el actual chantaje. El proyecto de Eta ha ganado el punto, el juego, el set, el partido y el campeonato. Sigue adelante, bendecido por quienes más debieran de aborrecerlo, el empeño para extranjerizar y expulsar a millones de conciudadanos y para santificar los orígenes y linajes por sobre los derechos civiles, el anhelo de levantar alambradas y el impulso para destruir la nación política, republicana y laica, y sustituirla por la nación cultural, limpia de efluvios maketos, caldo amniótico donde todos respiran.