Fuerzas Armadas
De los generales, el ejemplo
El general Colldefors se fue tal como llegó: ligero de equipaje; aunque rico en respeto y afectos
Dictan nuestras Ordenanzas sobre el Oficial General (Artº 76) «que en el ejercicio de amplias prerrogativas, extremará el amor a la responsabilidad, la prudencia en el uso de sus atribuciones y el equilibrio y firmeza en sus resoluciones, siendo así ejemplo para sus subordinados…»
No puedo, ni pretendo ser objetivo. Pero en tiempos en que dominan el juicio temerario, la mentira, la falta de ética y el exabrupto, siento la obligación de resaltar unos valores en dos generales que he conocido, uno de ellos ya en la reserva eterna. Anticipo y debo dejar claro que no son valores exclusivos de uniformados: nuestra España la sostienen una pléyade de buenos ciudadanos, incluidos contados políticos, leales, honestos y eficaces en su trabajo y en ámbitos familiares y sociales; y otros miles de ellos, como misioneros o cooperantes se dejan la piel en tierras lejanas más necesitadas que las nuestras.
«Tierra Mar y Aire», la revista que edita la Real Hermandad de Veteranos de las FAS y Guardia Civil, recoge el testimonio del general Luis Carvajal a modo de nota necrológica, sobre el también general José Colldefors recientemente fallecido. Y lo hace bajo la óptica común de dos antiguos Caballeros Legionarios Paracaidistas que marcó, entre otros destinos, su vida castrense. Cuando el primero resume la huella dejada por el segundo, viene impregnada por el mismo valor que resaltan las Ordenanzas: el ejemplo. ¡Qué pena que no podamos declarar ejemplares las vidas de nuestras clases dirigentes! ¿Qué ejemplo ofrecen quienes pululan entre la política y los consejos de administración del IBEX? ¡Quiénes hacen de la mentira, forma de medrar! ¡Quiénes saquean nuestra Hacienda sin importarles a quien desnudan! ¡Quiénes olvidan que mandar es servir! ¡Quienes hacen de la dignidad, asignatura proscrita en las Leyes de Educación!
El ejemplo, fundamento del bien mandar o como «forma más elocuente de hablar en silencio», lo resalta Carvajal como la principal virtud de Colledefors que «se hacía querer de tal manera, que su tropa lo percibía y le seguía sin dudar». Y hace referencia a un hecho significativo ocurrido en aquella «guerra olvidada» de Ifni de los años cincuenta que tantos sacrificios costó y en la que destacaron no solo unos cuadros y tropas profesionales –Legionarios y Paracaidistas–, sino unas excelentes quintas de soldados de reemplazo. Un 8 de Diciembre de 1957 su Sección, una de las que formaban la 8ª Compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, protegía el repliegue de una columna formada por personal civil y militar –entre ellos 12 mujeres y 14 niños– del fuerte de T´Zenin de Amel-lu. «Nunca olvidaría aquel día en que vio como sus paracaidistas luchaban y morían»; «como dos de ellos perdieron la vida intentando rescatar el cadáver de su Cabo» (1); «como otro, herido y ciego de rabia se lanzó sobre el enemigo, desapareciendo entre ellos» (2). Entre muertos, heridos y desparecidos fueron quince las bajas, de quienes siempre recordaría sus nombres sin vacilación». «Por esto quería a sus CLP, s (3): los protegía, les aconsejaba en recuerdo de aquellos valientes»; «la experiencia de combate en Ifni y el ver morir a sus hombres, le hizo comprender que la profesión de soldado no admite descanso ni términos medios», escribiría otro subordinado. Y así montó su vida, sin separar el militar de la persona, de forma que ambos conformasen un conjunto de virtudes, de cualidades, que lo diferenciasen de la mayoría. Por supuesto, exigente consigo mismo por encima de serlo con sus subordinados; capaz de rectificar si era necesario; sin dar a sus actos más importancia que la que merecían.
Mandando en sus últimos años de servicio activo la División de Montaña de Navarra sufrió un grave accidente. Al preguntarle en una entrevista de prensa siendo ya Presidente de la Real Hermandad de Veteranos de las FAS y la Guardia Civil a la que se entregó en cuerpo y alma, como se sintió recuperándose de doce fracturas, volvió a sus raíces: «He sido paracaidista; para mí supuso un accidente más, que ofrecí a Dios y a mi Patria».
Cuando hoy la prudencia en el uso de atribuciones es una quimera, cuando la mentira campa libre por nuestra vida política, cuando la ponderación y el equilibrio no caben en las decisiones de nuestros responsables y no encontramos en nuestra vida política caminos a seguir, es positivo detenerse en una vida ejemplar. Por supuesto vestida de sobriedad, sin pretender grandes titulares, ni influir en los vaivenes de la Bolsa. Porque el general Colldefors se fue tal como llegó: ligero de equipaje; aunque rico en respeto y afectos.
¡Que España tendríamos, si pudiésemos decir lo mismo de nuestros dirigentes políticos!
(1). Manuel Albacete y Jiménez Morales al intentar rescatar el cadáver de su Cabo José Jardín
(2). Diego Zambrano Zambrano.
(3) CLP,s. Caballeros Legionarios Paracaidistas. En su particular argot, «celepes».
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