Corea del Norte

«Rocketman»

Pyongyang puede ser un factor desestabilizador en la nueva Guerra Fría

Un orondo y sonriente Kim Jong Un asumió el poder en Corea del Norte hace diez años. Con su nombramiento la única dinastía comunista del planeta garantizaba su continuidad. No deja de ser una ironía que los comunistas se apropien de los ritos y las liturgias de los regímenes a los que venían a reemplazar. Hasta los sátrapas suspiran por la sangre azul; perdón, en su caso, roja, rojísima. De Kim III sabíamos poco. Que tenía entre veinte y treinta años y que había estudiado en un colegio internacional de Suiza. Los biempensantes vieron en su experiencia europea una esperanza para un liderazgo abierto. Nada más lejos de la realidad. La edad siempre fue un hándicap. El aprendiz de dictador compensó su falta de autoridad con la fuerza bruta. Dos años después de acceder al poder ordenó asesinar a su tío, hasta entonces su mentor y número dos del régimen, Jang Song Thaek. Nunca se llegó a conocer con exactitud cómo se produjo su ejecución, pero la propaganda norcoreana se encargó de filtrar todo tipo de teorías surrealistas. Desde que fue arrojado a una jauría de perros hasta que murió tras ser alcanzado por un misil. Cuatro años más tarde, su hermano mayor, Kim Jong Nam, fue asesinado por dos espías norocoreanas en el aeropuerto de Kuala Lumpur. Las agentes le inyectaron un agente nervioso VX en el cuello. Tardó entre 30 y 20 minutos en morir. Kim Jong Nam había caído en desgracia ya en tiempos de su padre, cuando quiso visitar un parque de Disneyland con un pasaporte falso. Una debilidad imperdonable para los comunistas norcoreanos. Kim Jong Nam era el primogénito y su hermano menor siempre pensó que en algún momento podría reclamar el trono.

«Rocketman» -Donald Trump dixit- ha dedicado estos años a consolidar su programa armamentístico y nuclear. Ha llevado a cabo seis ensayos atómicos, uno de ellos, con una bomba de hidrógeno y ha desarrollado un sofisticado programa balístico. En el 21 ha exhibido cuatro tipos diferentes de misiles, incluido un proyectil «hipersónico» con el que aspira a pertenecer al selecto club armamentístico en el que ya estarían Rusia y China, y, los expertos advierten, que puede cambiar el rostro de la guerra del futuro. Kim Jong Un ha seguido la estrategia trazada por su padre, Kim Jong Il, y su abuelo, Kim Il Sung, de asentar la supervivencia del régimen en su condición nuclear. La apuesta militar no significa que no esté interesado en la diplomacia, sino que quiere sentarse a la mesa de negociación desde una posición de fuerza. Kim, a diferencia de su padre y su abuelo, consiguió reunirse en una cumbre de alto nivel y de tú a tú (el sueño de todo dictador) con el presidente Trump. La luna de miel entre los dos mandatarios se truncó en Hanói y desde entonces el diálogo atómico permanece congelado. Las sanciones internacionales y el cierre de fronteras por la pandemia del coronavirus están ahogando la deprimida economía norcoreana y han dejado a Pyongyang más dependiente de China.

La Administración Biden se ha mostrado dispuesta a negociar, pero permanece enfrascada en su enfrentamiento con China por la hegemonía global. Corea del Norte es una pieza a tener en cuenta. Pyongyang podría ser un factor desestabilizador en esta nueva Guerra Fría protagonizada por Washington y Pekín.